La teoría del todo

18 de Septiembre 2022 Columnas

La decisión del Presidente Boric de no recibir al embajador de Israel, dejándolo con sus credenciales en la mano, es un acto perfectamente consistente con lo que ha sido la trayectoria política del actual Mandatario. Sus expresiones de rechazo a la política de seguridad implementada por el país del Medio Oriente son de larga data y, ahora, el Jefe de Estado sintió que -por fin- podía darse un gusto que estuviera a la altura del público desprecio que siempre ha sentido por Israel.

Tampoco es la primera vez que procede en esa lógica. En marzo, para la ceremonia del traspaso de mando, sintió que la ocasión era óptima para enviar una señal de rechazo a la monarquía española, un gesto que exhibiera el espíritu “decolonial” del nuevo progresismo chileno. El Rey Felipe VI fue entonces el culpable de los retrasos reales o imaginarios en la actividad protocolar. De igual forma, no hay gobierno de izquierda latinoamericano que se precie de tal, que no tenga el valor de denunciar las actitudes hegemónicas del “imperialismo” en diversas materias. Por eso, Gabriel Boric no dejó pasar su propio descuido para criticar la supuesta ausencia del representante de EE.UU. en la reafirmación de un compromiso con el medio ambiente, sin percatarse que el emisario de dicho país -nada menos que John Kerry- estaba sentado a su diestra.

Este tipo de gestos y actitudes del Presidente Boric no son más que el fiel reflejo de lo que él piensa y es por eso que todas las forzadas disculpas que las coronan son incómodas por su falsedad y su transgresión de principios. En rigor, el gobierno no pasa de una autodenigración cuando sale ahora a reiterar disculpas al embajador y al Estado de Israel, porque nadie duda de que el Presidente Boric, aun advertido de los riesgos de su gesto, hizo exactamente lo que quería. Ser antimonárquico, antiimperialista y antisionista son para él y sus colaboradores motivos de legítimo orgullo, no razones para otorgar disculpas.

Chile hoy se esfuerza por difundir una nueva imagen exterior, acorde con los principios de quienes gobiernan. Esa imagen difundida al mundo es el fiel reflejo de lo que el actual oficialismo quiere encarnar: una administración que vino a ponerle término a tres décadas de eufemismos respecto a una supuestamente ejemplar transición a la democracia y a un modelo de desarrollo con importantes logros que mostrar. Como sabemos, para los sectores ahora en el poder nada de eso fue cierto, vivimos treinta años montados sobre un gran engaño, al que por fin una retroexcavadora política y moral vino a desmontar. Y para que eso fuera posible hubo que ser implacables. Entre los costos de esta epopeya estuvieron la destrucción del orden público, del Estado de Derecho y de no pocas instituciones.

Por eso es que las agotadoras disculpas por lo hecho adentro y lo mostrado hacia fuera no tienen ningún valor. El todo es mucho más consistente que la suma de las partes.

Publicada en La Tercera.

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