La política contra la política

21 de Junio 2019 Columnas

Observó bien Carlos Peña: la novedad de la segunda cuenta pública de Sebastián Piñera fue su énfasis en reformas que apuntan a modificar la institucionalidad política. La derecha, sugería el rector, suele moverse dentro de las reglas del juego, confiando que puede hacer la diferencia por la vía de la gestión. El presidente Piñera, sin embargo, le tiró los perros al Poder Legislativo y al Poder Judicial. Al primero lo amenazó con reducir la plantilla de congresistas. Al segundo le comunicó el fin de sus atribuciones en materia de nombramientos. Llamó a generar un gran acuerdo nacional para perfeccionar ciertos aspectos de nuestra democracia. Novedoso, es cierto, viniendo de un sector político que durante toda la transición insistió que las reformas políticas no estaban entre las prioridades ciudadanas ni representaban los problemas reales para la gente.

Pero, a pesar de las apariencias, Piñera usa la política para combatir la política. La idea de reducir el número de senadores y diputados no encuentra su fundamento en ninguna teoría normativa O científica muy sofisticada. Sí encuentra eco, y mucho, en la opinión pública, que suele considerar que los políticos son una manga de flojos con salarios exorbitantes e incontables prebendas. Al fijar el blanco en el supuesto exceso de congresistas, Piñera le sigue la corriente a la leyenda popular según la cual los políticos son malos. Porque son malos, justamente, es mejor tener menos que más. En vez de combatir el desprestigio de la función política profesional, el presidente lo alimenta. A los analistas les costó encontrar una razón para esta medida que no fuera sencillamente la convicción piñerista de que atacar al Congreso le puede ayudar a subir en las encuestas.

Pero hay otras hipótesis disponibles. El aumento en el número de diputados de 120 a 155 se correlaciona con la entrada en gloria y majestad del Frente Amplio al hemiciclo, que se ha opuesto a casi todas las iniciativas legislativas relevantes de La Moneda. En círculos del oficialismo se lamentan tener que lidiar con una Cámara más chúcara que las anteriores. De nostalgia por un Congreso más ordenado. Así como Pinochet se quejaba de los “señores políticos”, Piñera parece quejarse de los “jóvenes políticos”. En esta lectura, la propuesta del presidente no ataca al Congreso per se, sino al Frente Amplio, a partir de la percepción generalizada en su sector de que esta muchachada solo contribuye a revolver el gallinero. Lo paradójico es que si bien el aumento de congresistas permitió elegir a una nutrida bancada frenteamplista, los partidos más beneficiados por el aumento de congresistas fueron precisamente los oficialistas.

Restan dos hipótesis más benevolentes. La primera, sugerida por el ministro Blumel, es que los congresos más reducidos son más “eficientes” en su trabajo legislativo. Pero no hay evidencia concluyente de dicha afirmación. Los problemas del trabajo parlamentario podrían resolverse limitando el número de comisiones en las cuales cada congresista debe participar, o bien mejorando la asesoría técnica del Congreso. Por lo demás, es normal que un diputado que viene llegando se tome cierto tiempo en entender los vericuetos procedimentales y burocráticos de su labor. La elección de 2017 significó la mayor renovación del Congreso desde el retorno de la democracia, con 92 nuevas incorporaciones. Desde esta perspectiva, el problema no tiene tanto que ver con la ineficiencia de un Congreso más numeroso, sino con el hecho de que muchos congresistas están debutando. Si a La Moneda le interesa tener puros legisladores veteranos, entonces no se entiende que estén patrocinando al mismo tiempo la idea de restringir la reelección indefinida.

La segunda hipótesis benevolente, deslizada por el propio Piñera, apunta a evitar la fragmentación del sistema de partidos, en el entendido de que esa segmentación redunda en un déficit de gobernabilidad. A diferencia de lo que ocurre en los sistemas mayoritarios uninominales —donde ganan las primeras mayorías—, los sistemas proporcionales por lista permiten que partidos y coaliciones minoritarias obtengan su cuota de escaños. El sistema binominal era el menos proporcional de los proporcionales. Mientras más escaños a repartir, se incentiva la formación de nuevos partidos y coaliciones. Esto representa un dolor de cabeza para los Ejecutivos obligados a negociar con distintas fuerzas políticas para llegar a acuerdos. Hasta el partido más pichiruchi puede tener la sartén por el mango.

Esta última consideración sí amerita una reflexión profunda respecto del sistema político que queremos. Hay que evitar, sin embargo, la tentación de demonizar ciertos grados razonables de fragmentación. La generación de la transición se parapetó en dos grandes coaliciones estables y Chile fue reconocido entre los politólogos por la baja volatilidad de su sistema de partidos. Pero, al mismo tiempo, cada vez más chilenos dijeron no sentirse identificados con esa oferta electoral. La aparición de nuevos contendores, tanto dentro como fuera de las coaliciones tradicionales, es solo el síntoma de la incapacidad que demostraron los partidos de la transición para renovarse internamente e incorporar mayor diversidad en sus cuadros dirigentes. El nuevo sistema electoral, en parte por el aumento del número de congresistas, dio cabida a algunas de esas nuevas expresiones. Achicar el Congreso es revertir el proceso hacia una menor diversidad ideológica y cultural de la representación. ¿Queremos acaso eso en un Chile cada vez más complejo?

Publicada en Revista Capital. 

Redes Sociales

Instagram