La paja en el ojo ajeno

11 de Diciembre 2021 Columnas

Mucha gente en la izquierda, pero sobre todo académicos de ese sector, han sostenido que Gabriel Boric no es un candidato de extrema izquierda, a diferencia de José Antonio Kast, que sí sería de extrema derecha.

Tales posiciones reflejan la buena conciencia con que, incluso bajo las condiciones más improbables, parte importante de la intelectualidad de la izquierda concibe su propia situación y programa. Contra lo que muchos de ellos dicen, la agenda de Boric no es socialdemócrata. Esa izquierda socialdemócrata hace rato que viene menguando, en gran medida a causa del desprecio que le prodigan los movimientos de la nueva izquierda que representa Boric. Para ser más precisos, para tales movimientos la socialdemocracia es “neoliberal”. Tan lejos ha quedado la izquierda de Boric y de la coalición FA-PC de la socialdemocracia que distinguidos economistas de la ex-Concertación han desaconsejado repetidamente sus políticas o las han refutado derechamente. Esperable, en todo caso, dadas las ideas trasnochadas del candidato y su sector en materia económica, que ven en el mercado un juego de suma cero, que recelan de la cooperación público-privada para la provisión de bienes públicos y creen en la sustitución de importaciones.

Otro tanto cabe decir respecto de otro de los valores fundamentales de una democracia liberal: el Estado de Derecho. Boric quiere hacernos creer que ese valor le preocupa profundamente. Tiene que tratarse de una preocupación reciente, pues el Estado de Derecho había que defenderlo el 18 de octubre y los días siguientes al estallido. Poca gente en la izquierda lo hizo (como, por ejemplo, Cristián Warnken). Boric y parte importante de quienes lo apoyan, en cambio, no se mostraron muy por la labor. Sus imprecaciones a los militares en la Plaza Italia son una evidencia de ello. Y los ejemplos se podrían multiplicar (cómo no recordar que el mismo viernes 18 Teillier pedía la renuncia del Presidente Piñera; la defensa de gran parte del FA o del PC de las barricadas como forma de protesta o de “el que baila pasa”, etcétera).

Y ni hablar de la posición de Boric respecto de lo que sucede en La Araucanía. Sus partidarios sostienen que es razonable estar en contra de la “securitización” de esa región. Sería, no obstante, del todo oportuno que aclararan la distinción entre “securitización” y “restablecimiento del Estado de Derecho” y por qué estaría mal lo segundo.

Así las cosas, resulta más que legítimo preguntarse si la candidatura y el proyecto de Boric en realidad asegura los derechos y libertades, y promueve la tolerancia y el pluralismo. Esa afirmación es temeraria cuando se la usa para describir a un candidato que, además de todo lo ya dicho, ha coqueteado con la idea de promulgar una ley de control de medios.

Si hoy nos enfrentamos a una elección entre extremos es, en gran parte, a causa de la complacencia que parte importante de la izquierda ha tenido para con las posturas radicales de su propio sector, como las que representan Boric, el FA y el PC, en las que la violencia es admitida o tolerada como instrumento político y en las que se promueve la idea de que “la calle”, y no las elecciones ni el Congreso, es representativa de la voluntad popular. Otro tanto cabría decir de la constante deslegitimación de la centroderecha (“Piñera es un dictador” o “vivimos en dictadura”). Todo ello ha contribuido —y mucho— a que hoy estemos donde estamos. Pero la izquierda debe darse cuenta de todo esto. Necesita con urgencia hacer una autocrítica. No basta con ver la paja en el ojo ajeno; hay que también ver la viga en el propio.

Publicada en El Mercurio.

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