La banalización del mal

15 de Noviembre 2021 Columnas

De acuerdo con el diccionario de la RAE, algo es “banal” cuando se lo califica de “trivial”, “común” o “insustancial”. Posiblemente por esa razón, la idea de que la maldad sea banal puede resultar contradictoria. Algo que es fundamental e inequívocamente malvado difícilmente es trivial o insustancial. Por eso, también, la “banalidad del mal” una de las ideas morales más polémicas desde que, en su versión moderna, fue formulada por la filósofa Hannah Arendt para caracterizar la conducta del oficial Nazi Adolf Eichmann cuando se le encomendó la terrorífica tarea organizar la destrucción de la vida judía en toda Europa.

La nota biográfica con que hace un algunas de semanas el diario El Mercurio decidió conmemorar el natalicio de Herman Göring, uno de los principales jerarcas Nazi, me hizo recordar este concepto. ¿Cómo explicar que el principal diario del país dedique dos páginas de la edición dominical a narrar elementos biográficos triviales de la vida de quien fuese ministro del interior del régimen Nazi, organizador de las fuerzas especiales del partido y número dos en la jerarquía del nacionalsocialismo? Muchos han comentado que estaríamos frente a una operación político-electoral para favorecer a un candidato presidencial. No lo sé. Pero sí quisiera proponer dos reflexiones al respecto.

La primera dice relación con la equiparación de distintas formas violencia. Los crímenes Nazi no son un crimen cualquiera. No son tampoco una versión simplemente “más “masiva” de un tipo de matanzas colectivas que hayan sido recurrentes en la historia. Muy por el contrario, todo el entramado jurídico de los derechos humanos que hoy nos protegen de los abusos de la acción estatal son resultado directo del carácter sin precedentes de los crímenes Nazis. La idea misma de crimen de lesa humanidad, el fin del principio de la obediencia debida, la imprescriptibilidad, la jurisdicción global y la no-inmunidad de los jefes de estado son todas formas de protección legal que surgen para intentar impedir la repetición de matanzas como las perpetradas por los Nazis. Es por el hecho de que los Nazis transformaron al Estado en una máquina para destruir aniquilar ciudadanos que las violaciones de derechos humanos en todo el mundo se refieren la forma de protección contra los abusos de la acción estatal.

La segunda reflexión es que, en el siglo XXI, la banalidad del mal parece tomar un nuevo giro: la trivialización de la verdad histórica frente a eventos que, con el transcurso de los años, se han ido quedando sin testigos directos. Ya no quedan personas que hayan conocido directamente a Göring, tampoco muchas víctimas del holocausto permanecen con nosotros. Del mismo modo en que el paso del tiempo permite tomar distancia para reflexionar e investigar en detalle lo que sucedió en el pasado, cuando se trata de eventos políticos que aun nos convocan en el presente, esta distancia ofrece también una excusa perfecta para “revisar” los hechos y sus interpretaciones. Es el momento “justo” para torcer el relato sin temor a ser contradichos por quienes, desde su experiencia personal, impiden torcer hechos y sus interpretaciones.

Arendt nunca consiguió explicar con éxito el hecho de que, con la idea de banalidad del mal, su objetivo no era trivializar crímenes terribles ni mostrar como algo “común” eventos que son en realidad excepcionales. Al contrario, recibió críticas constantes. Pero su intención era mostrar que, para llevar a cabo actos de maldad absoluta, no se necesita tener característica especial alguna. Personas comunes y corrientes son capaces de llevar a cabo las torturas y asesinatos más atroces y después dormir tranquilamente por la noche. La banalidad de El Mercurio radica en la trivialización de la biografía de uno de los peores criminales del siglo XX.

Publicada en El Mostrador.

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