Infierno en la torre

8 de Abril 2017 Columnas Noticias

La foto publicada en Twitter por el intendente Claudio Orrego hizo estallar las redes sociales. Se trata de un conjunto de edificios de 28 pisos en la comuna de Estación Central, que dan una sensación de hacinamiento incluso antes de ser ocupadas. De ahí que las denominaran “guetos verticales”. Fui a conocer el lugar y el panorama es muy impresionante. Casi desolador. Son varios los proyectos, algunos mejor logrados que otros, pero que coinciden en ser todos edificios de gran altura, entre 17 y 42 pisos, con capacidad para muchas familias, ya los departamentos de unos 40 metros cuadrados.
Diversos medios de prensa han dado cuenta de testimonios de habitantes que denuncian sufrir con el ruido y la falta de privacidad producto de la cercanía de las torres, lo que los obliga a vivir con las persianas cerradas. Algunos hablan de colas y esperas de hasta 20 minutos para subirse a un ascensor. Es claro que estamos en presencia de una buena idea, mal diseñada y mal ejecutada.

Nadie discute la necesidad de densificar algunas zonas de la capital. En el caso de Estación Central se trata de un sector muy atractivo, bien conectado, con buena infraestructura de servicios. Pero, llevado al extremo, todo se convierte en una pesadilla, con un riesgo alto de convertirse en un infierno. En suma, un ejemplo del mal manejo urbano que caracteriza no solo a la capital, sino a la mayoría de las ciudades del país.

Este tipo de construcciones produce varios problemas. Primero, su escala los hace inmanejables. No hay que olvidar que un edificio es una comunidad de personas, que debe contar con reglas que permitan su habitación. Bueno, la escala de estos, hace que aquello sea casi imposible. Segundo, porque vivir en ellos tiene un costo alto en términos de gastos, lo que muchos no pueden pagar. Tercero, porque es un muy difícil controlar que se utilicen para los fines para los que fueron diseñados. En suma, corren el riesgo de convertirse en lo más parecido a la ley de selva.

Los responsables de esto son muchos. Las autoridades, que carecen de reglas apropiadas o sencillamente no las tienen, con en este caso donde no existe un plan de regulador comunal. Pero también de los privados involucrados, las empresas constructoras, que carecen de visión alguna. Al respecto, desde la Cámara Chilena de Construcción la respuesta es una: “Me guste o no, lo que se construye es lo que se permite. Si alguien tiene una diferencia puede presentar una demanda a los tribunales”. ¿De eso se trata todo esto? ¿Qué hay de la autorregulación, de la mirada de largo plazo, de buscar soluciones habitacionales? No extraña entonces que el final siempre sea el mismo: desprestigio del sistema y en la aplicación de normas prohibitivas donde nadie gana.

La vivienda propia es el sueño de toda familia. Es cierto que diseñar proyectos más armónicos y a escala humana es más caro, pero al menos representan lo que necesitan las personas. Si estos departamentos son el sueño al que puede aspirar la clase media, entonces estamos mal. Esto en nada valida al mercado. Este no es el desarrollo que tanto se promete.

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