Indulto, un recurso obsoleto

8 de Enero 2023 Columnas

Desde tiempos inmemoriales, aquel que se arrogaba una autoridad lo hacía basándose en un poder divino. Éste se podía manifestar mediante la fuerza sobre el resto o la capacidad para imponerse por el don de la palabra o por su simple presencia. Esto se fue consolidando con el desarrollo de las religiones y con el paso del tiempo empezó a tener fundamentos teóricos, como la teoría del derecho divino.

A mediados del siglo XVII, no obstante, con el desarrollo del racionalismo, este tipo de ideas comenzó a ser cuestionado. En respuesta a estas críticas, surgió la obra “Patriarca o el poder natural de los reyes” del filósofo inglés Robert Filmer en 1680. En resumidas cuentas, Filmer planteaba que Dios habría entregado el derecho divino de mandar al resto de las personas al primer hombre de esta tierra, Adán, y de él lo habrían recibido sus descendientes, los primogénitos. De esta forma, los monarcas del siglo XVII tenían el derecho divino para gobernar a los pueblos y éstos estaban obligados a someterse a su autoridad.

De este tipo de teorías surgieron leyes como el indulto. Aunque un juez podía haber determinado la culpabilidad de una persona en un delito y este, incluso, podría haber confesado su autoría, el rey, en su infinita justicia heredada del mismísimo Dios a través de Adán, tenía la facultad de perdonarlo.

Con el paso del tiempo, las actuaciones de los monarcas, muchas veces influenciadas por el casamiento entre parientes, empezaron a dar muestras de juicios erróneos. Para indignación del pueblo, más de alguna vez, un rey debió haber liberado a un granuja justificando que no era delincuente o haber indultado a un terrorista asegurando que era inocente.

A este mal uso de una prerrogativa que era de carácter divino se fueron sumando otras malas decisiones desde el punto de vista económico o en las relaciones con las otras monarquías, donde privilegiaban las amistades y los gustos propios a los intereses de su reino.

El más importante detractor de la teoría de Filmer fue John Locke. Aunque su libro, Segundo Tratado Sobre el Gobierno Civil es el más famoso, fue en el primer tratado donde se dedicó a refutar a Palmer. En términos generales, Locke aseguraba que Adán no tenía ni por derecho natural de paternidad ni por atribución positiva hecha por Dios, una autoridad de esa clase sobre sus hijos ni semejante dominio sobre el mundo. Y si es que lo hubiese poseído, este no era heredable. Y en el caso de que fuese heredable, no habría forma de saber a quién correspondía ese derecho habiéndose perdido hace mucho tiempo la posibilidad de definir cuál era la rama más antigua de la descendencia de Adán.

Gracias a Locke y otros ilustrados, los monarcas fueron siendo acorralados y obligados a actuar conforme a fundamentos racionales y no divinos. Algunos reyes, incluso, se volvieron ilustrados. Sin embargo, a pesar de los procesos revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, se mantuvieron algunos resabios en el traspaso del poder monárquico al poder ejecutivo, tal como sucede con el indulto presidencial.

En cierta forma, el indulto permitía, además, abordar algunas situaciones excepcionales que quedaban fuera de la ley. Por ejemplo, desde el inicio de la República, durante la guerra de la independencia, se aplicó el primer indulto en Chile a aquellos que habían desertado del ejército en 1817, con la condición de que se presentaran en los cuarteles. La ley contra los desertores resultaba demasiado rígida y la necesidad de soldados obligaba a flexibilizar la medida.

Sin embargo, el Chile de hoy es muy distinto al de 1817. En la actualidad, existe toda una estructura para que una persona tenga un juicio justo y pueda apelar a distintas instancias por su inocencia, incluso internacionales, lo que deja el recurso del indulto como algo obsoleto, más aún cuando vemos que este se aplica de forma poco criteriosa como sucedió esta semana con el presidente Boric. Esperemos que este mal uso sirva de ejemplo para acabar con una norma tan anacrónica como las teorías de Filmer.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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