Era hora

7 de Junio 2020 Columnas

La aprobación por parte de la Cámara de Diputados de la nueva regulación a las reelecciones de parlamentarios, alcaldes y cores es una buena noticia. En un sistema político viciado y con una ciudadanía cada vez más alejada, los nichos de poder en que se habían convertido los distritos, circunscripciones y comunas no podían mantenerse ciegos ante el descontento ciudadano, que a partir del estallido social de octubre de 2019 fue enfático en pedir el término de los privilegios de la clase política: disminuir la dieta parlamentaria y limitar las repostulaciones eran temas exigidos por la calle.

En todo caso, no fue fácil. De hecho, el proyecto se demoró 14 años en ver la luz y ahora todavía arriesga que el Ejecutivo decida enviar una norma transitoria para permitir la reelección en el caso de los alcaldes, el próximo año, considerando las quejas de los partidos y de los propios ediles.

Es que el poder embriaga, genera adicción. Así queda claro al ver la composición de la Cámara y el Senado. Varios parlamentarios llevan allí desde 1990, la no despreciable suma de 30 años. Una vida completa. De los congresistas actuales, hay al menos cuatro –Patricio Melero, José Miguel Ortiz, René Manuel García y Juan Antonio Coloma- que podrían escribir la historia del Congreso en primera persona, al menos desde el regreso de la democracia. Y muchos otros se fueron sumando en el camino, logrando llegar a 2020 ostentando varios periodos a su haber.

Para qué hablar de los alcaldes. El diario electrónico El Mostrador contaba –en plena campaña municipal de 2016- que a nivel nacional, seis ediles llevaban ya 24 años en sus puestos, otros seis cumplían 22 en el mismo cargo y volvían a postularse. Había además 117 jefes comunales que iban por su tercera, cuarta, quinta o sexta reelección consecutiva. Muchos de ellos están hoy todavía a la cabeza de los municipios.

¿Es la ciudadanía la que opta por reelegir, en algunos casos durante 30 años, a los mismos? ¿O es que los distritos, circunscripciones y comunas se han convertido en feudos cuya propiedad tiene nombre y apellido? ¿Qué alternativas tiene el votante a la hora de elegir a sus representantes?

Y hay otro tema. El abogado José Luis Cea escribía hace algunos años que “gobernar en democracia, es mandar y dirigir con legitimidad”. Esa legitimidad es la que precisamente se ha convertido en un bien esquivo para diputados y senadores. También para alcaldes y, quizás en menor medida, para concejales.

La última CEP, dada a conocer en enero de este año, cuando todavía el estallido social era tema y el Coronavirus se veía muy lejos, entregaba números de sumo preocupantes. En ella, un 91% de los consultados consideraba que la democracia chilena funcionaba regular, mal o muy mal. Pero además, apenas un 3% decía confiar en el Congreso: en poco más de 10 años (desde 2009) los parlamentarios cayeron 23 puntos en la credibilidad de la ciudadanía.

Si a eso le sumamos la disminución preocupante de la participación en las elecciones, ¿con qué legitimidad cuentan realmente quienes hoy representan a la ciudadanía desde el Congreso? ¿Es que al votante le gusta el “mal conocido” y prefiere reelegirlo o que simplemente los partidos no presentan alternativas viables?

Montesquieu decía –a partir de la necesaria división de los poderes del Estado- que “todo hombre con poder se inclina a abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites”. En este caso, todo honorable que pueda seguir reeligiéndose eternamente, lo hará. Y por eso, es necesario que existan límites que permitan fortalecer la democracia, renovar las caras e ideas, y evitar que el trabajo de representación de los parlamentarios o el liderazgo en las comunas estén apernados a cargos sin ninguna movilidad.

La ciudadanía tiene un rol también en este tema, para evitar que la silla musical continúe funcionando. Participar en las elecciones es fundamental, pero también agudizar el ojo. La posibilidad de que diputados que no pueden repostular decidan saltar al Senado, que los senadores quieran “probar suerte” en la Cámara o que los alcaldes hagan lo mismo, manteniéndose mañosamente en el poder, existe y depende de los votantes que no sea así.

En cualquier caso, era hora ya que el Parlamento hiciera caso a los llamados de la ciudadanía, aunque a los senadores, diputados y alcaldes les duela. Y era hora también de que se terminara con el enquistamiento en el que el Congreso estaba sumido. Pero el cómo funcione la nueva modalidad depende también de una ciudadanía que a ratos parece irresponsable frente a un poder que quiere mantenerse ad eternum.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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