¿En aras de la transparencia?

17 de Julio 2019 Columnas

De un tiempo a esta parte, nos encontramos enfrentados a una nueva obsesión políticamente correcta: en aras de la transparencia, se han llevado a cabo las más disímiles reformas y proyectos sociales, políticos, culturales e incluso deportivos. El argumento es simple: al ser las redes sociales nuestra principal herramienta de comunicación, la posibilidad de “pasar piola” es cada vez menor, acaso indeseada. Mientras más ventilemos nuestras decisiones; mientras menos secretos tengamos; mientras menos espacio guardemos para la interpretación o la disidencia, mejor para la sociedad moderna. Verdad y transparencia siempre, a toda hora y a como dé lugar.

La idea podrá tener visos de plausibilidad y cierta racionalidad, pero me parece que los costos son demasiado altos para no tomarlos en cuenta. Por de pronto, no es claro ni menos obvio que, por ejemplo, los gobiernos deban hacer públicas cada una de sus decisiones, como si de ello dependiera la legitimidad de su accionar. Los Estados tienen secretos, y está bien que así sea; de otra forma, su soberanía estaría constantemente sujeta a los vaivenes de la política internacional, por no decir supeditada a los cambios de ánimos de los gobernantes de turno.

No creo tampoco que para subsistir las relaciones dependan de una excesiva transparencia o de una compulsión por decir la verdad. La confianza se cocina, es cierto, a fuego lento y, ojalá, manteniendo una relación abierta con nuestras contrapartes. Pero de ahí a hacer de ella un valor en sí mismo hay un paso demasiado grande. Los más puristas dirán que el que nada esconde, nada teme; me pregunto, sin embargo, hasta dónde es razonable y útil andar por la vida enrostrándole al otro lo que debería hacer o dejar de ser en nombre de lo que consideramos correcto. Muchas verdades, ya lo sabemos, no son sino construcciones subjetivas de lo que llamamos realidad.

Esta obstinación por la transparencia ha afectado ni más ni menos que al deporte más popular del mundo. El tan mentado VAR es, a mi manera de ver, uno de los grandes desaciertos introducidos en el último tiempo por la FIFA. No sólo por la cantidad de errores que, lo vimos en esta Copa América, se cometen en su nombre o en contra de él, sino porque arrojó a la basura dos de las mejores características del fútbol: la duda y la interpretación. Y todo ello para satisfacer las exquisiteces de un grupo de señores que cree que los errores humanos son corregibles por máquinas repetidoras de imágenes. Parafraseando a Claudio Alvarado (IES), el VAR es una forma soterrada de ingeniería social cuyo objetivo es hacer más perfecto lo que simplemente no es, ni puede ser, perfecto. Larga vida a la espontaneidad.

Publicada en La Segunda. 

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