El valor de las palabras

24 de Mayo 2017 Columnas Noticias

En política no sólo hay que “hacer” sino también “parecer”. El apoyo de la ciudadanía a los políticos suele depender de las acciones concretas que éstos lleven a cabo. Sin embargo, muchas veces “hacer cosas” no es suficiente para ganar adeptos. Habrá quienes pasarán a la historia como grandes ejecutores de políticas públicas (ese fue el caso de Balmaceda y, hasta cierto punto, del primer gobierno de Ibáñez), pero si sus acciones no tienen un correlato simbólico o cultural que le den forma y significado a dichas acciones, es muy probable que la sociedad nos los recuerde mayormente. Los fríos números, para decirlo de otra forma no bastan ni son tan importantes en la política de largo plazo. Más importantes son, en cambio, las palabras. No se trata de medir cada una de las frases que se usan en radio y televisión, como si de eso dependiera, en realidad, el resultado de una elección o la popularidad de un gobierno. Tampoco es aconsejable rendirse ante las modas políticamente correctas que suelen exigir estándares de comportamiento absurdamente altos (moda que lamentablemente está más extendida de lo que quisiera).

Lo que sí es conveniente es contar con una retórica que sea consciente del momento que se está viviendo. Aquí los símbolos y las palabras tienen un papel clave, ya que es en ese ámbito donde se juegan los grandes relatos. Permítaseme explicar el punto con dos ejemplos: el matrimonio igualitario y la 4 / inmigración.

Si alguien cree que el matrimonio igualitario no es recomendable para un país como Chile su posición deberá ser suficientemente respetuosa de la diferencia para que la contraparte no lo acuse —así sin más de homofobia. Ni el subjetivismo de las creencias religiosas ni el “bien común” que supuestamente garantiza el matrimonio heterosexual serán suficientes. El debate deberá realizarse, más bien, en el terreno convincente de las palabras. No necesariamente para que el otro cambie de parecer, sino más bien para que la discusión no se rebaje a una andanada de descalificaciones que, a decir verdad, no hacen más que mostrar la inseguridad y debilidad del argumento.

Con la inmigración ocurre algo similar. Muchos de quienes se oponen a ella lo hacen defendiendo un nacionalismo algo trasnochado, lo que en una sociedad multicultural como la que vivimos es por decir lo menos contradictorio. Quizás existan argumentos objetivos para estar en contra de la inmigración (cosa que dudo).

Pero lo que no puede pasar es que frases rimbombantes que rozan la xenofobia—y cuyo objetivo último es ganar el voto fácil de quienes ven a la inmigración como una amenaza— se tomen los espacios de deliberación. Cuidar las palabras es cuidar las formas. Y eso en política es indispensable.

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