El valor de la inmigración

2 de Diciembre 2016 Noticias

La inmigración es un tema que despierta pasiones. Por lo mismo, es fuente de prejuicios que ponen el acento en sus supuestos aspectos adversos en lugar de en sus beneficios. ¿Qué decir al respecto desde la economía y nuestra historia?

Hoy los inmigrantes en Chile representan un 2,7% de la población. Para algunos, un nivel alarmantemente alto. ¿Es esto cierto? No.  La tasa es sustancialmente más baja que la de países que admiramos como por ejemplo Australia (28%), Canadá (21%), Nueva Zelandia (25%), Inglaterra (11%) o Estados Unidos (14%). Así visto, Chile tiene pocos y no muchos inmigrantes.

Pero hay más. Como porcentaje de nuestra población, la cantidad de inmigrantes fue mucho mayor a fines del siglo XIX y principios del XX (4,2%). Un periodo que coincidió con la primera ola de globalización – marcada por altos grados de libertad comercial, de capitales y migratoria- de la que Chile fue parte y que le significó un sólido desempeño económico.  En contraste, durante buena parte del siglo XX se aplicaron políticas proteccionistas, incluyendo las migratorias, que tuvieron como correlato resultados económicos mediocres.

Ocurre que la inmigración, al igual que el libre comercio, no es un juego de suma cero. Lo que el extranjero gana no lo pierde el país. La inmigración permite generar nueva riqueza. El que algunas de las principales fortunas de Chile pertenezcan a familias de inmigrantes es reflejo de aquello.

Pero, más allá de esta evidencia anecdótica, la literatura económica también apunta en esa dirección. Muestra que la inmigración contribuye al crecimiento y a la productividad (Boubtane et al. 2016). También a la innovación y al emprendimiento (Hunt 2011), así como a mejorar la eficiencia del mercado laboral, tanto para trabajadores calificados como no calificados (OECD 2014). Es, por último, una vigorosa fuente de mano de obra joven en países que envejecen.

La errada creencia de que la inmigración no genera riqueza va de la mano de uno de los argumentos más comúnmente utilizados en su contra: la de la destrucción de empleos locales. ¿La solución? Proteccionismo migratorio cuyo fundamento no es muy distinto del proteccionismo comercial otrora utilizado para proteger a la industria nacional.  Y es que el temor a la pérdida de empleos seduce. Lo vimos en la reciente elección presidencial de EE.UU. pese a la evidencia en contrario: en los últimos 10 años casi un 50% del incremento en su fuerza laboral ha venido de extranjeros y, sin embargo, descontada la crisis subprime, el país ha estado cerca del pleno empleo.

Si el argumento del desempleo fuera cierto, en el fondo aplicaría a cualquier aumento en la fuerza laboral. Así, para quienes creen que los 165.000 trabajadores extranjeros que hay en Chile son un problema, mucho más debiera serlo, por ejemplo, la incorporación laboral de 1,5 millones de mujeres que es lo que ocurriría si su tasa de participación convergiera a la de los hombres. Absurdo.

En la discusión que se viene parece fundamental no olvidar que la inmigración es una oportunidad más que un problema.  Y también lo más básico: que es inconsistente defender la globalización y el libre comercio y, al mismo tiempo, sembrar dudas sobre la inmigración (y viceversa). Son caras de la misma moneda. Al final del día, nada menos que las caras de la libertad económica.

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