El regreso del héroe

21 de Mayo 2023 Columnas

En una nueva conmemoración del 21 de mayo de 1879, pareciera que la gesta de Arturo Prat, en tiempos de constituciones, ha pasado a un segundo plano. Aprovecho esta distracción para detenerme en algunos detalles que, transcurrido más de un siglo, han sido olvidados o son poco conocidos. En específico, la llegada del cuerpo de Prat al monumento de los héroes que se produjo nueve años después del combate, el 21 de mayo de 1888.

La recepción se produjo ese día en la mañana. Desde el Huáscar, fueron descendido los tres ataúdes que venían desde Iquique hasta Valparaíso y que correspondían, además de Prat, a Ignacio Serrano y a Juan de Dios Aldea. A través de tres lanchas, fueron conducidos hasta el muelle, donde fueron acompañados de otras embarcaciones que querían estar cerca de los héroes.

El puerto, podrán imaginar ustedes, estaba atiborrado de gente. Las crónicas señalan que una multitud innumerable tenía invadida todas las calles, la playa, el muelle y el malecón. Nadie quería quedar fuera de esta bienvenida. Mientras esto ocurría, desde los fuertes y los buques, se disparaban salvas que aumentaban la conmoción del público.

En el muelle, se encontraban las embarcaciones que transportaban a las autoridades. Luis Uribe, al mando del Huáscar, el intendente de Iquique, representantes del senado, entre otros, y los familiares de Prat, donde destacaba Arturito, que para ese entonces tenía diez años. En la bahía, lo esperaba el hijo de Carlos Condell, Carlitos, con una corona de flores. Su padre había fallecido hacía menos de un año.

Ya en tierra, unos hermosos carruajes, tirados por seis caballos cada uno, transportaron los ataúdes por la calle Victoria (hoy Pedro Montt) hacia el estero de las Delicias, donde se iba a realizar la primera ceremonia. Fue un viaje de diez cuadras, con un público que repletaba las calles. Nunca antes, ni siquiera cuando regresó el ejército, se había visto tanta gente.

Mientras la comitiva avanzaba, los habitantes del puerto, desde ventanas y balcones, lanzaban flores, papelitos de colores e incluso poemas que caían sobre los féretros. También desde una casa se lanzaron palomas blancas, aumentando la emotividad del espectáculo.

Otro tema eran los tradicionales arcos de flores que cruzaban las calles y que se armaban con motivo de las victorias y festividades. Los vecinos competían por tener el mejor. Algunos arcos se iluminaban para lucirse en la noche y, para esta ocasión, uno incluía un sistema de poleas que, al momento de pasar los féretros, permitió que una niña descendiera y lanzara sobre los féretros una lluvia de flores.

Las casas, en tanto, se engalanaron con banderas, coronas, guirnaldas y escudos. Nadie quería quedar fuera de esta fiesta patriótica y de reconocer, como se merecían, a sus héroes.

Ya en la plaza de la Victoria, esperaba el presidente de la República a la comitiva. Si el desembarco había sido a las 10:00, ya eran las 15:00 cuando empezó a escucharse la marcha fúnebre de Chopin. Luego vino la plegaria de Moisés, interpretada por una soprano, dos tenores y setenta coristas. El majestuoso acto culminó con los discursos de las autoridades.

El largo viaje desde Iquique finalizaba con la sepultación en el monumento a los héroes. Ahí el encargado de dar un discurso fue el segundo comandante y sobreviviente de la Esmeralda, Luis Uribe. En sus palabras, el monumento que albergaría las cenizas de los héroes iba a ser el faro sagrado que alumbraría eternamente a los marinos de Chile en la senda de la victoria y del sacrificio.

De esta forma, se cerraba un ciclo. El mismo puerto que había recibido con estupor y orgullo la noticia del 21 de mayo en 1879, recibía de regreso a su héroe. Prat podía descansar para siempre en un monumento que, sin importar los vaivenes de la ciudad, se mantiene incólume al paso del tiempo.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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