El Plumerillo

18 de Enero 2017 Columnas Noticias

El resultado de la batalla de Rancagua (octubre de 1814) provocó cambios profundos en la revolución que derivaría en la Independencia de Chile. En el caso de los realistas, su triunfo en la plaza rancagüina les permitió ingresar victoriosos a Santiago y retomar el control político­militar del Valle Central y del sur del país. En cambio, los revolucionarios —encabezadas por facciones rivales lideradas por José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins, respectivamente— debieron encontrar refugio al otro lado de la cordillera de los Andes.

En Mendoza, los revolucionarios se encontraron con José de San Martín, gobernador de la provincia de Cuyo y uno de los líderes de la llamada Logia Lautaro. A los pocos días de que los emigrados llegaran a Mendoza, San Martín decidió dar su apoyo a la facción o’higginista, no sin antes establecer los dos criterios que regirían su relación con los chilenos: subordinación a sus planes militares y obediencia política a lo que se resolviera en Buenos Aires respecto del futuro de la revolución sudamericana. O’Higgins entendió esto rápidamente, y por ello pasó todo 1815 en Buenos Aires con el fin de convencer a los porteños de reconquistar el suelo chileno antes de que los realistas intentaran un ataque en el Río de la Plata.

Las autoridades rioplatenses se convencieron de la conveniencia de reconquistar Chile cuando se encontraban reunidas en el Congreso de Tucumán (1816). El nuevo director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, apoyó la idea desde el comienzo de su mandato, descansando en San Martín la responsabilidad de formar un ejército en Cuyo. Desde entonces, la sociedad cuyana experimentó un alto grado de militarización: nuevos impuestos fueron pensados para pagar los gastos del campo militar El Plumerillo; el reclutamiento se hizo extensivo a los hombres de entre 16 y 50, y la economía fue reformada para solventar recursos indispensables, como sables, alimentos, caballos y mulas.

La construcción del Ejército de los Andes no fue una tarea fácil: la falta de recursos y una indisciplina inveterada marcaron los primeros meses de entrenamiento. En ese proceso fueron los españoles de nacimiento quienes se llevaron la peor parte: en efecto, San Martín descargó todo su arsenal ideológico con una retórica fuertemente antiespañola, confirmando con ello que su objetivo final era la independencia total de la península. La rigurosidad sanmartiniana alcanzó para que, a principios de 1817 (hace exactamente doscientos años), el Ejército de los Andes contara con cuatro mil hombres, cerca de un cuarto de los cuales eran esclavos.

Todavía quedaban algunos obstáculos importantes que sortear, pero ya nadie dudaba que la mejor opción de salvar a la revolución era mediante un ataque en Chile. El cruce de los Andes (tema de mi próxima columna) se hacía realidad luego de dos años de preparación.

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