El mal envejecimiento

6 de Noviembre 2022 Columnas

“Nicanor Parra trabajó hasta los 103 años”. Con esas palabras, la presidenta de la Asociación de AFP, Alejandra Cox, defendía hace poco más de un año la necesidad de aumentar la edad de jubilación “hasta que la salud lo permita” y aseguraba que la posibilidad de que alguien se retirara a los 65 años debía ser “cero”.

Todo aquello sucedía mientras la ciudadanía hacía uso de sus propios ahorros previsionales para paliar la crisis económica producida por la pandemia y solo unos años después de que el movimiento #NoMásAFP convocara una de las marchas más masivas de la última década. De hecho, durante el estallido social, la vejez digna era una de las peticiones que más se repetía.

Los cambios, sin embargo, no han sido fáciles en estos cuarenta años de funcionamiento del sistema, lo que ha provocado que en Chile los montos asociados a la vejez se hayan convertido en derechamente vergonzosos. Personas que deben vivir con pensiones ridículas, algunas de las cuales hemos visto en reportajes, recogiendo sobras de la feria para poder subsistir o –cuando tienen suerte- viviendo de la buena voluntad de familiares o vecinos. Y los pronósticos para quienes se retirarán en los próximos tiempos son aún peores.

Por lo mismo, el gobierno de Gabriel Boric no es el primero que intenta hacer transformaciones. Porque pese a las diferencias ideológicas, hace ya tiempo todos están de acuerdo en que algo debe se debe modificar. El problema es cómo se define ese “algo”.

En resumen, para Michelle Bachelet, el centro fue crear un pilar solidario para quienes no tenían cotizaciones o estas eran insuficientes. Para Sebastián Piñera, en tanto, la apuesta estuvo en que los empresarios reforzaran los dineros de los trabajadores con un 4% adicional y en generar un incentivo para quienes dilataran su retiro.

Pero ninguno de los dos expresidentes se atrevió a plasmar en la ley lo que pedían los expertos, incluida Alejandra Cox: obligar a los chilenos a aumentar su edad de jubilación. La medida no solo genera pasiones distintas en el mundo político, sino también un rechazo generalizado en la población, entre otras cosas, porque la posibilidad de encontrar trabajo a los 60 años en la ciudadanía de a pie –dejando fuera a los sectores más acomodados- es, en la práctica, una quimera y propio de una élite intelectual y económica que tiene muy poca calle.

Y ahora fue el turno de Gabriel Boric, que esta semana dio a conocer su propia reforma al sistema, con un gran titular: se acaban las AFP -al menos como las conocemos hasta hoy- y la capitalización individual, que nos ha regido desde la década del 80, sufre cambios importantes. Haciendo carne de una de las propuestas relevantes de su programa de gobierno, el Mandatario se atrevió a ir más allá, transformando a las actuales entidades en inversoras de pensiones y separando de ellas la facultad de administrar los dineros.

¿Qué pasará ahora que la propuesta debe pasar por el Congreso? Aquí vendrá lo difícil. Ya la misma Alejandra Cox afirmó que esta “es un retroceso respecto de lo que espera la ciudadanía”, nuevamente hablando desde el olimpo de quienes no sufren pensiones por debajo de la línea de la pobreza.

En tanto, las críticas desde la oposición apuntaron al 6% de ahorro extra que provendrá de los empleadores pero que irá a un fondo solidario que permita paliar la situación de los menos afortunados. En estas mismas páginas, el senador Juan Antonio Coloma (UDI) aseguró que “se le mete mano” a esos nuevos dineros, el que irá en la práctica “a un sistema de reparto” y su par de RN, Francisco Chahuán calificó la reforma de “puramente ideológica”. Entonces, el paso del proyecto por el Parlamento no se ve fácil, pues el oficialismo no tiene mayoría y es posible que la oposición se haga cargo de la testera de la Cámara en los próximos días.

El problema está en algo que no hemos sido capaces de solucionar como sociedad: si queremos mantenernos en el “sálvese quien pueda” que hemos practicado durante los últimos 40 años o si somos capaces de pensar en quien no ha tenido las mismas oportunidades o la misma suerte. O que simplemente, no tuvo el acervo educacional para tomar decisiones financieras cuando empezó a trabajar a los 14 años.

En esta discusión, que recién comienza, hay elementos que están meridianamente claros, como que las AFP y el sistema de pensiones efectivamente ha envejecido mal y que los “retoques” que se le han hecho no han sido suficientes. Pero, además, hay discusiones que serán definitorias y sobre las cuales tendremos que reflexionar largamente: ¿Seguimos cuidándonos solos o nos metemos la mano al bolsillo, no solo una vez al año para la Teletón, de manera de que todos podamos salvarnos en conjunto o al menos mejorar un sistema que hace tiempo está agónico?

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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