El desafío amarillo

25 de Septiembre 2022 Columnas

Al finalizar esta semana, cuando muchos resentían todavía la resaca dieciochera y el país se veía inmerso en los tres grandes temas de los últimos días –léase la filtración de correos del Estado Mayor Conjunto, el Presidente Gabriel Boric en la ONU y el inalcanzable acuerdo por la nueva Constitución-, el movimiento “Amarillos por Chile” decidió iniciar la tramitación para convertirse en partido político.

Esta agrupación surgió con bombos y platillos a la luz del trabajo de la Convención Constituyente, liderados por el profesor de literatura y académico universitario, Cristián Warnken, planteándose desde un comienzo a favor de rechazar la propuesta de Carta Fundamental, pues creían en realizar reformas graduales en vez de una “revolución”.

Aquello fue parte de la fuerte campaña en contra del texto, que hasta fue mucho más clara y potente que la realizada por la propia derecha. Así, Warnken se convirtió en el rostro quizás más visible del “rechazar para reformar” y también en uno de los blancos favoritos del Frente Amplio, el PC y otras agrupaciones de izquierda más radical. De hecho, fueron tildados de “amarillentos”, de haber sido partícipes cotidianos de la “cocina concertacionista” y de querer seguir manteniendo “privilegios” solo “para unos pocos”.

Pero pese a todo lo anterior, Warnken fue, ciertamente, una de las sonrisas más enérgicas del 4 de septiembre por la noche, al conocerse el triunfo del Rechazo.

Entre los análisis, efectivamente “Amarillos por Chile” fue capaz de leer los miedos de los chilenos mucho mejor que la izquierda y la derecha actuales. Así, lograron llevar a los medios y a las redes sociales las dudas y temores que representaban a una buena parte de los votantes, que no estaban respondidas en la propuesta constitucional, que los sectores más radicales fallaron en reconocer y procesar, y que se mostraron claramente en el resultado de la consulta.

Esta semana el movimiento dio un paso para convertirse en partido, a partir de la presentación de las primeras cien firmas para iniciar el trámite. Lo hicieron además dando cuenta de los principios que regirán a la colectividad, entre los que destacan un Estado democrático y social de derecho; separación efectiva de los poderes públicos; la necesidad de “avanzar de manera persistente hacia una sociedad más justa, libre, igualitaria y fraterna, propia de una democracia más exigente”, pero aquello a partir del “camino” de la “reforma”.

Pero en esta senda partidista, la agrupación tendrá que hacerle frente, al menos, a tres desafíos:

#Los Cocineros. La primera dificultad estará en demostrar que las figuras que adhieren al movimiento no son parte de “la cocina” concertacionista y que realmente son una alternativa a los extremos que ya existen, pero también a un centro desdibujado y en crisis. Y esta misión no será fácil. Una rápida mirada a sus primeros firmantes hace recordar los ’90 concertacionistas, con sus luces y sus sombras. Los DC  Soledad Alvear, José Pablo Arellano, Rene Cortázar, José de Gregorio, Gutenberg Martínez y Jorge Burgos, son la definición misma de establishment, al igual que otros como Fulvio Rossi (exPS), Eugenio Tuma (exPPD) o Isidro Solís (exPR).

#La Marca lo es todo. El nombre de la agrupación es un disparo en los pies, aun cuando sirvió para llamar la atención cuando se lanzó. Pero también permitió que las críticas se centraran en decirles “amarillentos” y demostrar que no eran ni fu ni fa. Sería como crear un partido que se llame “fachos por Chile” o “upelientos por Chile”. Autogol innecesario. El problema será cómo instalar una marca que enganche, que no los haga perder su esencia, pero que no sea en sí misma una caricatura.

#Convertirse en más de lo mismo. Cuando los constituyentes llegaron a instalarse en la sede del exCongreso en Santiago, la gran mayoría venía de un mundo alejado de la política tradicional. Pero parte del error de lectura estuvo precisamente en que desde el momento en que asumieron en la Convención, para la ciudadanía se convirtieron en parte central del establishment político que ellos mismos criticaban. Ya no eran outsiders ni alternativos. “Amarillos por Chile”, en la medida en que se transforme en partido, tendrá el mismo problema: cómo seguir siendo una agrupación distinta, que no adhiere a la política tradicional, pese a ser parte de ella.

En resumen, el movimiento de Warnken tendrá que sortear el concepto de “más de lo mismo”. Si lo logran, ahí radicará una fortaleza que bien puede transformarlos en algo similar a la DC de 1964. Pero si no, el autogol irá mucho más allá de su nombre.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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