Edgar Friendly y la seducción del negacionismo climático. Por Cristóbal Bellolio

23 de Julio 2024 Columnas

“El Demoledor” es una película de 1993 protagonizada por Silvester Stallone, que versa sobre una armónica distopía donde se castigan los garabatos, la dieta es comida molecular y las relaciones sexuales son virtuales. La única disidencia vive en las cloacas a punta de hamburguesas de ratas, y de cuando en cuando sale a la superficie para asestar golpes terroristas. Su líder es Edgar Friendly.

El credo de Edgar Friendly es sencillo: no está dispuesto a que le digan cómo son las cosas, le gusta decir lo que piensa, y elegir como carajo vivir su vida, incluso si se trata de estallar de colesterol. Quiere comer carne hasta hartarse, fumar un cigarro “del tamaño de Cincinnati”, y correr empelota leyendo una Playboy, únicamente porque puede. Los malos no son ellos, que hacen lo que pueden por sobrevivir. Los malos son los de arriba, los que imponen su tiranía frígida y bien portada, que abusan del poder y secuestran los beneficios del progreso.

Friendly es un populista libertario. Populista, porque piensa que la sociedad está dividida en dos: la elite atiborrada y el pueblo postergado. No ve posibilidad de acuerdo, sólo de conflicto. Lo que viene de arriba es paquete sospechoso: de alguna forma nos van a cagar. Pero también es libertario: quiere que la autoridad retroceda de su espacio vital, que no amenace su estilo de vida, que no arrebate sus hábitos de consumo.

El populismo libertario que representa Edgar Friendly es uno de los principales obstáculos que hoy enfrenta la lucha contra el cambio climático. Mucha gente le echa la culpa a la industria de combustibles fósiles y su lobby descarado. Pero hay otros factores que trascienden el interés pecuniario. La negación del consenso climático tiene antecedentes ideológicos, o identitarios.

No todo populismo descree del consenso científico en la materia. Algún eco-populismo de izquierda habrá por ahí. No todos los movimientos plebeyos que resisten la agenda verde progresista -como los Gilets Jaunes en Francia- descreen de la realidad de la crisis climática. Algunos sencillamente no quieren pagar la cuenta del festín de economía carbonizada que se dieron otros.

Tampoco todo libertarianismo es negacionista. En principio, se puede aceptar la ciencia climática y discrepar de una política climática que implique ensanchar las atribuciones del estado. Más de alguno insistirá en soluciones privadas a los problemas públicos. Autores como Jason Brennan elaboran una justificación libertaria para la obligatoriedad de las vacunas. Del mismo modo, otros sostienen que la reducción de emisiones es un imperativo del principio de no-agresión.

Pero la combinación entre ambas vertientes ideológicas -el populismo libertario- combustiona un tipo distintivo de rechazo a la ciencia climática, que tiene un poder seductor en ascenso. De hecho, gran parte de los partidos de “derecha populista radical”, para utilizar la etiqueta de Cas Mudde, despliega esta narrativa: las elites buenistas y cosmopolitas que tienen sus necesidades materiales satisfechas, y pueden darse el lujo de posar de ciclistas veganos, le imponen al resto de la gente ordinaria una moralina verde tan paternalista como inviable: para moverse a la pega hay que echarle bencina al auto.

Adicionalmente, la sombra de las futuras restricciones -a cómo nos movemos, a qué compramos, a qué comemos, a cuántos hijos tenemos- toca la fibra de las clases medias y trabajadoras que se han partido el lomo por llegar aquí. Han hecho de sus hábitos de consumo contaminante un proxy de estatus. Y nada se defiende como el estatus. Mientras tanto, las las Greta Thunbergs de este mundo amenazan con una distopía de brócolis y viajes de 35 horas en tren.

Aquí entra la seducción del discurso de Edgar Friendly. Su populismo libertario mata dos pájaros de un tiro: sospecho de la agenda climática porque (a) viene de las elites globalistas y (b) arrebata mis libertades. Del mismo modo que el discurso de las derechas radicales se ha transformado, como dice Pablo Stefanoni, en una nueva “rebeldía” contra el postureo moral y la corrección política de los progres, el cuestionamiento del consenso experto en materia climática podría ser parte del mismo fenómeno.

En la mayoría de los países del mundo, la brecha entre el consenso científico sobre la crisis climática y la conciencia de la población general se ha ido achicando. Es una buena noticia. Mientras más gente entienda la magnitud del problema, más legitima será la acción climática de los gobiernos, ya sea en mitigación, adaptación o compensación. Lo que piensa la ciudadanía importa: somos una democracia, no una tecnocracia.

La preocupación es que la crecida electoral de los partidos de derecha populista radical -como el AfD alemán, el RN francés, el VOX español, así como Trump, Bolsonaro y Milei en nuestro continente, todos los cuales han dicho que el cambio climático es una mentira orquestada por poderes oscuros – anime un clima de rebeldía plebeya tipo Edgar Friendly contra el consenso científico y sus urgentes recomendaciones.

Publicada en Ex-Ante.

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