Dos visiones, dos países

10 de Enero 2016 Noticias

Escuela de Gobierno

La Tercera

En el encuentro para celebrar los 35 años de vida del Centro de Estudios Públicos (CEP), al que fue invitada la Presidenta Bachelet, se presentaron dos visiones respecto de nuestra realidad. Las presentaciones de Rodrigo Márquez, coordinador del Informe de Desarrollo Humano PNUD, y Harald Beyer, director ejecutivo del CEP, desmenuzaron nuestra realidad empapada de cambios. Vale la pena leer estas reflexiones y contrastarlas (*). Ambas instituciones -CEP y PNUD- vienen siguiendo hace muchos años las percepciones y el pulso de la ciudadanía. Y si bien existe coincidencia sobre los cambios, existen diferencias para explicar e interpretar la desconfianza y el malestar de los chilenos. La mirada CEP es más optimista e incluso positiva. En cambio, la mirada PNUD, que ha inspirado buena parte de la agenda refundacional, es más bien crítica de nuestra realidad. De acuerdo a su diagnóstico, los chilenos exigirían grandes cambios.

Pero ¿qué explica e implica realmente este malestar y pérdida de confianza? En cierto sentido, Chile es víctima de su propio éxito. Hemos vivido 30 años de sostenido crecimiento económico. En términos económicos, no existe otro período tan exitoso en toda nuestra historia republicana. Nuestro ingreso per cápita se ha disparado y a partir de 1986 despegamos y dejamos muy atrás a los demás países latinoamericanos. La pobreza se redujo de un 40% a un 8%. Y la mortalidad infantil y nuestros índices de cobertura educacional han mejorado significativamente. Las cifras hablan por sí solas.

Pero no hay que ser un sofisticado intelectual marxista para concluir que el progreso material genera cambios a nivel social y político. En efecto, en el Chile del siglo XXI el progreso no ha sido sólo económico.

La desafección política y la desconfianza en los políticos es un fenómeno que preocupa. Cuando Chile recupera la democracia, la confianza en el Congreso superaba el 60%. Hoy bordea el 6%. La mayoría de los chilenos no se siente identificada con ninguna coalición política. Y los militantes e inscritos en algún partido son cada vez menos. De hecho, son tan pocos que los propios partidos no quieren que les revuelvan el gallinero. Un fenómeno similar viven las grandes empresas, la Iglesia y los tribunales de justicia. ¿Es todo esto tan negativo o preocupante? No necesariamente. Lo que ocurre es que hoy el chileno es mucho más crítico, independiente e informado.

En medio de esta crisis de confianza, algunos predicadores de los trasnochados sueños sesenteros argumentan que nuestro país está al borde de una crisis. En medio del fragor contra el lucro y la narrativa de la desigualdad, emergió El otro modelo, cuyo sugerente título reflejaba la solución al malestar. Y cuya contratapa representaba a los autores picando los ladrillos del modelo. Es cierto que la desconfianza y el malestar se convirtieron en rabia y enojo. Aunque existen buenas razones, ¿significa todo esto que caminamos en la cornisa de una crisis social o institucional?

Algunos creen que los cambios profundos son la única solución. Es más, los justifican como una exigencia de la ciudadanía. En cambio, otros vemos una oportunidad en todo esto. Y aplaudimos los estándares más estrictos para el mundo empresarial, político y gubernamental. Las elites ya no la tienen tan fácil.

Es cierto que se requieren cambios y mejoras importantes, pero esto no significa desmantelar lo que hemos construido. Los chilenos están satisfechos con su vida, con lo que han logrado. La mayoría de los chilenos cree que está mejor que sus padres. Es más, la mayoría incluso cree que sus hijos estarán todavía mejor. También valoran lo propio y lo relacionado a la esfera de lo privado. Es muy distinta la valoración de “su supermercado” o “su banco” respecto de “los supermercados” o “los bancos”. Y cuando se les pregunta por lo que es importante para surgir en la vida, emerge una trilogía notable: “Buen nivel de educación”, “trabajo duro” y “tener ambición”. Este es el sueño del liberalismo clásico.

Hace mucho tiempo estoy convencido de que los chilenos somos cada vez más liberales en el verdadero y amplio sentido de esta palabra. Pero no es ese liberalismo caricaturesco, donde “cada uno mata su piojo”. Es un liberalismo más humano, donde la ética juega un rol importante. Es más, me atrevo a sugerir que el exitoso programa de TVN Y tú qué harías es un buen ejemplo de esta sociedad más liberal y humana.

Los procesos sociales, económicos y políticos son complejos. Nadie tiene la última palabra. Pero pareciera que hemos entrado en un proceso de modernización y profundización de la democracia que sitúa a Chile frente a dos caminos: el camino hacia un liberalismo moderno o el camino hacia un socialismo anticuado. Una visión pone su confianza en las personas. La otra, en el Estado. Una visión cree que hoy el chileno es más autónomo y exigente. La otra, que el malestar exige cambiar la sociedad en la que vivimos.

En su Teoría de los sentimientos morales, Adam Smith se refiere al “hombre de sistema”. Este hombre -o mujer- imagina que puede arreglar la sociedad con la misma facilidad con que mueve las piezas en un tablero de ajedrez. Según Smith, suele olvidar que en el gran tablero de la sociedad cada pieza tiene un movimiento propio que puede ser distinto al que el gobernante le quiere imponer. Concluye que si esos dos movimientos coinciden, el juego será armonioso y feliz. En cambio, si no coinciden y son opuestos, el juego será desordenado y miserable. Hay algo de todo esto en nuestro Chile actual. Y este gobierno, que partió inspirado por un diagnóstico y un programa que a veces raya en una especie de verdad revelada, a ratos parece querer empujarnos como si fuéramos sólo piezas en ese tablero.

(*) CEP publicó estas dos últimas presentaciones (ver www.cepchile.cl).

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