Desierto matizado

20 de Enero 2020 Columnas

“Todo se desmorona o se congela: del hombre solo queda su desierto”, escribió un día Octavio Paz. Y algo de eso pareció dejar en evidencia la encuesta CEP conocida el viernes; mucha tierra baldía, sequía de credibilidad en las instituciones y en los actores políticos. Un ecosistema donde el gobierno tiene apenas el 6% de aprobación, donde la confianza en el Congreso llega a un 3%, y en los partidos a un famélico 2%. Una sociedad en que el 72% de la población no se identifica ni con la derecha, el centro o la izquierda; y donde apenas un 6% considera que la democracia funciona de manera aceptable.

De algún modo, a tres meses de iniciada la mayor crisis social de las últimas tres décadas, lo sorprendente no es solo que el gobierno se haya desfondado, sino que nadie en el extenso abanico opositor haya logrado capitalizar una mínima fracción de este cataclismo. En rigor, si algo confirmó la encuesta del CEP es que hoy todas las instituciones y todo el espectro político son percibidos de manera más o menos homogénea, como parte del problema y no como parte de la solución. La gente simplemente no está haciendo diferencias y todos los que han intentado obtener algún rédito apoyando sin más las aparentes demandas de “la calle”, han fracasado de manera rotunda.

Es cierto que estamos en un momento crítico, donde el 50% se siente enojado, un 31% asustado y solo un 34% expresa esperanza frente al agitado presente. Pero esas emociones intensas no impiden que una mayoría del 80% rechace las barricadas y los destrozos como forma de protesta, y que esa mayoría se eleve al 90% en el caso de los saqueos y los incendios. Al parecer, los furores de la crisis no han llevado a la población a optar por soluciones extremas, sino más bien al contrario, a reafirmar su compromiso y confianza en el sistema democrático, que es considerado preferible a cualquier otra forma de gobierno por el 64% de la población. Al mismo tiempo, un significativo 78% prefiere líderes que privilegien los acuerdos a sus propias posiciones políticas, es decir, el estallido social está alimentando también caminos de moderación y entendimiento, algo que hasta la publicación de este estudio no parecía tan claro.

En lo que se refiere al proceso constituyente, el apoyo sigue siendo ampliamente mayoritario (67%), aunque la esperanza de que una nueva Constitución ayude a resolver los problemas de la sociedad chilena es algo menor (56%).

Pero donde nos topamos con una enorme sorpresa es al descubrir los importantes grados de satisfacción que los chilenos tienen con su vida, algo que la envergadura de la crisis social iniciada el 18 de octubre no hacía imaginar y prever. En efecto, el estudio de opinión confirma que el 77% de la gente dice sentirse satisfecha con su realidad, y un 70% satisfecha además con su trabajo; así, la tesis de un malestar profundo y generalizado en la sociedad al parecer exige matices y precisiones, que sean necesariamente congruentes con estos altos niveles de satisfacción.

En resumen, en un océano de tensiones inédito en el Chile de las últimas décadas, cuando la confianza en las instituciones y en los actores políticos simplemente ha dejado de existir, cuando el enojo y el miedo se han apoderado de la cotidianeidad, haciendo emerger a la superficie niveles de violencia y destrucción no vistos desde el retorno a la democracia, aflora también en esta encuesta el destello de un país mayoritariamente satisfecho, que apuesta a la moderación y que en medio de una crisis desestabilizante refuerza sus convicciones en el sistema democrático.

Señales interesantes, en más de un sentido, esperanzadoras, que vienen a confirmar que las lecturas simplistas y unilaterales que han despertado en muchas instancias políticas e intelectuales en estos últimos meses deben no solo mirarse con cautela, sino quizás ser asumidas también como un síntoma de la propia crisis y de sus perturbaciones.

Publicada en La Tercera.

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