Desde mi lugar

8 de Noviembre 2019 Columnas

Creo que nadie se ha mostrado indiferente ante lo que hemos vivido esta semana. De algún u otro modo nos hemos visto tocados por los alcances de esta movilización social, para bien o para mal. Tal y como se ha configurado, como país, como sociedad, como familia y como personas, hemos vivido un evento traumático: lo que hemos vivido ha sido un suceso inesperado, fuera de curso normal de la vida, que excedió en magnitud, que pasó a ser experimentado como una amenaza a la integridad y que ha perturbado nuestros referentes y nuestros modelos básicos que permiten nuestro habitar en el mundo. En palabras de la OMS, los acontecimientos de esta semana han sido particularmente estresantes, amenazadores y han provocado un profundo malestar psíquico, físico y social en casi todos los que residimos en Chile.

Lo común y transversal para todos es esta vivencia de TRAUMA, como un terremoto social. Independiente de las posiciones, ideologías, opiniones y vivencias creo que lo primero y fundamental es atender a la sensación de desconcierto, de incertidumbre y de miedo que cada uno de nosotros hemos sentido en mayor o menor medida. Desde la psicología se ha comprobado que cuando evitamos conectarnos con la experiencia de dolor, cuando nos esforzamos por evitar el sufrimiento emocional, los recuerdos o pensamientos que se relacionan con el hecho, la consecuencia de ello es que, paradójicamente, el malestar persiste y aumenta, pues mientras más intentamos erradicar de nuestra psiquis aquel pensamiento o sentimiento perturbador, más presente está. El problema se encuentra en que, al evocar esos eventos inquietantes, surgen reacciones emocionales similares a las que desencadenó el suceso mismo. Si le damos espacio a estas reacciones, si no se suprimen y continuamos con nuestras vidas, el impacto en el bienestar de la persona será mínimo.

Pero, ¿cómo hacer esto posible? Mi invitación es simple: abrir espacios genuinos de diálogos dentro de la familia, en el trabajo, con los amigos, en la comunidad. Estos espacios genuinos deben procurar que cada uno se sienta escuchado y comprendido, permitiendo la expresión de sentimientos, incluyendo las emociones negativas como el miedo, la tristeza, el enojo o la angustia en un marco de profundo respeto, de empatía y desprovisto de juicios o descalificaciones.

Preservar estos espacios de encuentro en distintos ámbitos de nuestra sociedad se hace fundamental para catalizar y elaborar nuestras vivencias de injusticias, de privilegios, de agresiones, de protección, de cuidados y de vejaciones. Al compartir lo que me pasa, estoy menos solo. Al comprender lo que vive el otro, me sintonizo en su frecuencia. Escuchar, compartir, comprender. Tres verbos que pueden promover, desde mi lugar, la otra gran deuda social en nuestro país: la Salud Mental.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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