Desafío para las democracias y las nuevas generaciones

4 de Enero 2023 Columnas

El mundo está experimentando cambios políticos y culturales significativos. Sin perjuicio de ello, como humanidad tenemos algunas convicciones ampliamente compartidas. Dichos cambios no pueden negar la posición de los ciudadanos como integrantes libres e iguales de la polis. Esto hace indispensable, entonces, aceptar sociedades plurales, en que las personas puedan llevar adelante sus proyectos de vida con un grado razonable de autonomía.

Este es un enorme desafío para todas las democracias, y para la nuestra, ahora que repiensa sus instituciones y reglas, es aún mayor. Pareciera, sin embargo, que muchos países están fracasando en este objetivo.

Hace dos décadas, los años nuevos se celebraban con gran optimismo. El mundo aparecía lleno de oportunidades y creciente consolidación de las democracias. Después de todo, desde los 80 del siglo anterior, los avances de las libertades civiles y políticas eran sostenidos. La globalización, el progreso económico y la expansión de las tecnologías de información parecían augurar nuevos progresos.

En 2005 sonaría la primera campana de alerta. El reporte sobre el estado de la democracia en el mundo de la ONG Freedom House mostraba, por primera vez, en mucho tiempo, un leve deterioro de las libertades civiles y políticas en el mundo. En todos los años siguientes, los informes han mostrado nuevos retrocesos en dichas libertades. Y ahora, a diferencia de lo que ocurría hace dos décadas, las democracias son superadas en número por los regímenes dictatoriales.

Los actuales autoritarismos no son los de antaño. En su gran mayoría no descansan en el miedo o en el uso abundante de la fuerza para mantener el control político. Muchos tienen elecciones periódicas e incluso suele haber múltiples espacios para la libertad de expresión. En un interesante libro reciente, “The Spin Dictators” (Guriev y Treisman, 2022), se realiza un extenso estudio de las nuevas formas que utilizan los autócratas modernos para monopolizar el poder político de las naciones que les toca gobernar. La clave de su actuación no está en aterrorizar a los ciudadanos, como siguen haciendo los dictadores tradicionales, sino en “moldear sus creencias sobre el mundo”. “En lugar de represión dura, los nuevos dictadores manipulan la información”. ¡Tuercen las noticias para “construir” apoyo! La tecnología ahora no estaría al servicio de las libertades, sino de la manipulación de los votantes.

Pero quizás la aceptación de esos liderazgos tenga otras causas: la incapacidad de algunas democracias de sortear el gran experimento de lidiar con la diversidad propia del mundo moderno (tomo la idea del último libro del politólogo Yascha Mounk). En una publicación reciente, el psicólogo Jonathan Haidt nos recuerda que las democracias exitosas tienen en común tres factores fundamentales: capital social, instituciones fuertes e historias compartidas. Las redes sociales, en su opinión, habrían debilitado estos tres pilares. Entre otros aspectos, porque ellas habrían, inadvertidamente, incentivado nuestras personalidades más moralistas y menos reflexivas, incrementando los volúmenes de indignación y promoviendo polarización, particularmente afectiva.

Le agrego un elemento más a este análisis. El neurocientífico Robert Sapolsky sugiere que los seres humanos estaríamos evolutivamente programados para apenas en fracciones de segundo distinguir entre ellos y nosotros, pero que estas distinciones no son definitivas y nos reagrupamos continuamente. Esa fluidez, me atrevería a decir, es la que permite vivir en una comunidad moderna. Pero si ella se resiente y eso pareciera ser lo que logran las redes sociales, la posibilidad de una democracia diversa se limita.

¿Estará aquí la clave del debilitamiento de las democracias? Hay que sospechar de las explicaciones unidimensionales. Pero el punto central es que estamos viviendo fenómenos que hasta hace tan poco eran impensables y que, entre otros aspectos, significa cultivar en las nuevas generaciones habilidades y conocimientos distintos de los que parecían indispensables hace tan solo unos años. Para ayudarles a comprender mejor el mundo de cambios vertiginosos que estamos viviendo y a pensar críticamente sobre su evolución.

No es casualidad que las competencias y destrezas demandadas por empleadores y organizaciones de distinta naturaleza se hayan modificado significativamente en los últimos años. Y estas no parecen desarrollarse en plenitud en el paradigma en el que se aloja la educación superior chilena.

Por eso, los jóvenes que en estos días están postulando a las universidades, más allá de las instituciones y carrera que elijan, tienen que reflexionar profundamente sobre la formación de pregrado que la sociedad les está demandando y emprender un camino que se haga cargo de esta nueva realidad.

Publicada en El Mercurio.

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