Del Zoon Politikón al Zoom

12 de Abril 2020 Columnas

A fines de la década de los ochenta, el multifacético profesor Isaac Asimov intentaba explicar a un periodista qué era internet y cómo imaginaba el futuro de esta red: “Una vez que tengamos conexiones, computadores en cada casa, cada una de ellas conectadas a enormes bibliotecas, donde cualquiera pueda hacer preguntas y tener respuestas, obtener materiales de referencia sobre cualquier tema en el que esté interesado, desde su infancia, entonces todo el mundo disfrutará aprender”.

Para Asimov, uno de los principales méritos de esta red tenía relación con la democratización del conocimiento, la posibilidad de que todos, sin importar su edad, condición económica o gustos, pudiera acceder libremente, sin la necesidad de un profesor, a cualquier tema. No pretendía eliminar a las escuelas ni a los profesores (de lo contrario, no lo citaría), sino que era optimista respecto a que, ampliando todo tipo de saberes, se podía cultivar el gusto por el aprendizaje a través de aquellos temas que, aunque intrascendentes para la mayoría, son importantes para cada uno.

En ese entonces, era difícil dimensionar lo que decía Asimov y su relato más bien parecía sacado de una de sus tantas novelas de ciencia ficción. Sin embargo, henos aquí, después de casi cuarenta años, con teléfonos que son más poderosos que cualquier computador portátil de los noventa y, además, con acceso ilimitado a la red.

Esta es la realidad en la que nos encontramos. Enfrentados a una reclusión producto de la pandemia, para algunos obligatoria y, para otros, voluntaria, sin valorar, más allá de las dificultades económicas que esta representa para la mayoría, las enormes posibilidades que tenemos de explorar en la red, ampliar nuestros conocimientos y mantenernos activos.

Por lo demás, se trata de un aislamiento particular: hasta dónde realmente lo estamos, considerando que nos podemos comunicar vía zoom (la gran ganadora de esta pandemia), Whatsapp, Instagram, Facetime, Facebook, Skype, email y un sinnúmero de plataformas que nos permiten estar, virtualmente, conectados y entretenidos (Youtube, Netflix, Amazon, Apple TV, etc.)

Basta retroceder en el tiempo un par de décadas para imaginar una crisis de estas características sin internet, solo conectados por teléfono (a veces el de la vecina), aislados del mundo y unidos tan solo por una llamada telefónica, un telegrama o una carta.

Si nos vamos aún más atrás en el tiempo, resulta dramático, a propósito de la película “Jojo Rabbit”, imaginar lo que le tocó vivir a los judíos durante la segunda guerra mundial, como quedó retratado en el dramático diario de Ana Frank. Dos años y medio escondida, junto a otras siete personas, por razones ideológicas, antes de terminar en un campo de exterminio. La pequeña Ana no solo no poseía ninguno de los medios que tenemos ahora para matar el tiempo. Por el contrario, lo único que tenía era miedo e incertidumbre.

A pesar de que nuestra situación debería ser infinitamente superior a la que tendrían que haber tenido que soportar cualquiera de nuestros antepasados, pese a toda la tecnología que tenemos a disposición y la cantidad infinita de información con la que contamos en internet, las personas se siguen aburriendo y, peor aún, se siguen sintiendo solas.

Da la sensación de que necesitamos mantener un contacto social y esto es porque, pese a todos los medios que tengamos a nuestro alcance, la naturaleza humana no cambia y ésta, como planteaba Aristóteles hace miles de años en la Política, es la de un zoon politikón o animal político: “El hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o una bestia o un dios”. A esto habría que agregar, luego de esta experiencia, la necesidad de que esa sociabilidad sea física, real. Al parecer, todavía no hay tecnología que pueda superar un apretón de manos, un abrazo o un beso.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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