De rehenes

31 de Octubre 2016 Noticias

Estuvieron dispuestos a respaldar un programa de gobierno sin siquiera leerlo -como lo reconoció el senador Ignacio Walker-, porque en ese entonces la popularidad de Michelle Bachelet les aseguraba un camino expedito de retorno al poder. Se sumaron a un diagnóstico, a decir lo menos, ‘cándido’ sobre el malestar y los desafíos de la sociedad chilena, sin intentar poner sobre la mesa un mínimo del realismo y la gradualidad que ahora reclaman. Han apoyado todas y cada una de las reformas impulsadas por la actual administración, proyectos de escasa densidad técnica y mal enfocados, que terminaron abriendo un abismo con la clase media que dicen representar. Y cuando llegó la hora inexorable de pagar los costos electorales de sus decisiones, la DC termina esta semana en una insólita pataleta, ‘congelando’ los nexos con su propio gobierno.

En las actuales circunstancias, le exigen rectificación y ‘nuevo trato’ a una Presidenta que ni siquiera está dispuesta a reconocer que el domingo pasado su gobierno y su coalición sufrieron una derrota electoral. Quieren modificar el comité político y sacar, entre otros, al ministro Fernández -nada menos que su representante en Palacio-, quien al llegar al cargo les dejó clarito que en su opinión la DC no era más que el ‘arroz graneado’ de la Nueva Mayoría. Y ahora también amenazan con ir a la primera vuelta presidencial, cuando no tienen un candidato que en las encuestas llegue siquiera al 1%.

“Con la DC no se juega”, dijo esta semana la presidenta del partido, cuando en verdad los únicos que han jugado con su historia, su identidad y su consistencia política son ellos mismos. Mientras la popularidad de Bachelet les fue útil para reinstalar a su base militante en el sector público no hubo concesión que no aceptaran, pero hoy que esa popularidad ya no existe y que empiezan a vivir la sangría de votos, no saben qué hacer. O más bien, tienen absolutamente claro que no están en condiciones de hacer nada más que una rabieta para la galería, porque no les queda autonomía política ninguna, y no pueden dejar a medio partido cesante.

En el fondo, saben que son y seguirán siendo rehenes de su propia precariedad, prisioneros de una situación imposible en la cual continuarán pagando el próximo año los principales costos. Apostaron todo su capital a una aventura refundacional ajena y ahora observan cómo la clase media simplemente se les escapa hacia la derecha. Juegan al póquer con el gobierno, pero la Mandataria también sabe que no tienen margen de acción, salvo para quedarse donde están, y por eso es bien difícil que termine cediendo a presiones que considera indebidas.

En rigor, la DC no fue la única que el domingo pasado pagó el precio de la impopularidad y del rechazo a las reformas gubernamentales; sin ir más lejos, el PC vio esfumarse casi un tercio de su votación en concejales, pero ha tenido al menos la dignidad de guardar silencio y no intentar transferir a La Moneda sus propias responsabilidades. Quizás, la gran diferencia es que los comunistas están dispuestos a asumir los costos de sus convicciones, y la DC hoy vislumbra que su nueva baja electoral sólo fue el resultado de un frío oportunismo, que la está llevando al límite de su sobrevivencia como partido de centro.

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