Crónica Roja en el Pancho Gancho 

13 de Junio 2022 Columnas

Ver las noticias en televisión, leer los diarios o revisar las redes sociales termina siendo un proceso tortuoso que suele deprimirnos, escandalizarnos y aterrarnos. La violencia pareciera estar desatada y nos damos cuenta de que aquí está ocurriendo lo que antes veíamos por las noticias en México o Colombia. 

Esto nos puede llevar a cometer el error de creer que es un fenómeno inédito y que el país era, como dice el himno de nuestra nación, la copia Feliz del Edén. No obstante, si retrocedemos en el tiempo y revisamos la prensa porteña, hay hechos de violencia que hasta en este turbulento 2022 nos seguirían escandalizando. 

Retrocedamos en el tiempo un siglo, específicamente, a junio de 1922. Durante las primeras semanas de ese mes, la noticia que acaparó las principales páginas de los diarios fue la muerte del señor Pabts. 

¿Quién era y qué hacía? Guillermo Pabst era un próspero comerciante porteño que tenía una joyería llamada Universo en avenida Pedro Montt, al lado de la plaza Victoria. A media cuadra se encontraba una sección de seguridad, un poco más allá, uno de los juzgados del crimen y la segunda comisaría. 

En ese céntrico lugar, donde todos suponían que estaba bien resguardado, un grupo de delincuentes, nada menos que al medio día de un jueves, aprovechando que el resto del personal se retiraba a almorzar, entró violentamente a la joyería para asaltarlo. 

Según la prensa: “El comerciante, hombre robusto y joven aún, de 43 años de edad, pudo soportar los primeros golpes en la cabeza y presentar batalla a sus adversarios”. A continuación, agregaba: “Vencido por fin el señor Pabst, tras una lucha desesperada de quizás no menos de cinco minutos, los malhechores procedieron a atarlo de los pies y brazos, y a amordazarlo”. Después, vinieron sucesivos golpes en la cabeza que acabaron con su vida. 

Posteriormente, los criminales procedieron a vaciar la caja fuerte y las vitrinas del local de donde sacaron pulseras, cronómetros y todos los artículos de valor que fuese fácil portar, dejando de lado los más grandes. Según cálculos de la época, el robo ascendía a los cien mil pesos, que era igual al premio que en ese momento repartía la Lotería. Más referencias: una cajetilla de cigarros Westminster costaba $2,80; la Casa Francesa vendía blusas de franela a $6 pesos y el Banco de Copenhague, en tanto, ofrecía como gran recompensa $25.000 a quien entregara al estafador Peter Voss, acusado de robar dos millones y medio de francos. 

En los días siguientes, comenzó la búsqueda frenética de los autores de este horrendo crimen, tratando de unir algunas piezas que habían quedado sueltas. Junto con esto, comenzaron las primeras detenciones. Francisco Fuentes, apodado “El Sarco”, fue el primero en caer, para luego de comprobarse su inocencia. Después cayó “El Viejo Williams” a quien habían visto merodear por el local días antes. Al día siguiente, se capturó a “El Pitocho Grande”, compañero de “El Sarco” y también socio de “El Segua”. Sin embargo, ninguno de ellos estaba implicado. 

Detrás de estas pesquisas, estaban el comisario Manuel Chacón que, como Cayetano Brulé, a los pocos días y luego de unos pasos en falso, parecía tener resuelto el crimen. Fueron claves las declaraciones de los choferes de la calle Carreras que trasladaron a los sospechosos a la misma hora del atraco. Gracias a sus datos y descripciones, la policía capturó a Miguel Iladich, alias “El Austriaco”. Después, atraparon a Francisco Ortega, con antecedentes criminales. Ortega no demoró en delatar a los otros cómplices: Agustín Castillo y a Antonio Collao, alias “El Americano”, autor intelectual del atraco. 

La clave, según el comisario, fue el modus operandi de los ladrones, que ya habían observado en otros dos asaltos. Además de la descripción de los choferes, fue fundamental el testimonio de un niño que vio cómo, en su conventillo, cuatro hombres se repartieron un botín. También colaboraron “los bomberos”, como se les llamaba a los soplones del mundo del hampa. 

El crimen siguió siendo la principal noticia del puerto durante días, hasta que el vecindario del barrio El Almendral fue conmovido por otro impactante asesinato: un operario de la curtidura de los señores Vivent, “cegado por la ira”, atacó y mató a un técnico e hirió al mayordomo. La razón: pese a estar enfermo, le habían negado el permiso para retirarse. 

Así transcurrían los días en el puerto hace un siglo. Días de furia y violencia, no muy lejanos a las desgracias del presente. No es un consuelo, pero sí un recordatorio que, contrario a lo que creemos, no todo tiempo pasado fue mejor. 

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