Conversar cara a cara

25 de Febrero 2020 Columnas

Tomar distancia de las situaciones cotidianas nos ayuda a mirar, con perspectiva, lo que vivimos. Al hacerlo solemos objetivar en parte las reacciones emocionales que nos embargan y damos paso a cierta reflexividad que nos ayuda a pensar sobre el modo como vivimos. Probablemente este es uno de los mayores beneficios de los momentos donde nos permitimos salir del piloto automático que vivimos diariamente.

La disminución paulatina y progresiva de la exposición a las redes sociales que facilita el verano me ha permitido constatar lo que muchos analistas han descrito como la intensidad emocional de las interacciones en las redes. Al analizar con distancia lo que se publica en ellas, llama la atención las nuevas interacciones sociales que nos caracterizan.

A menudo se trata de comunicaciones breves, cargadas de alto contenido afectivo, las más de las veces sin una lógica clara y probablemente en muchas ocasiones sin siquiera hacer referencia a un contexto que dé sentido a lo que se escribe. Las expresión es lo que vale, la declaración califica y los emoticones o el uso de otros símbolos e imágenes, busca impactar y, en la medida de lo posible, transformarse en tendencia.

El “likeismo”, necesario para confirmar lo que pensamos o mostrar simpatía por el decir de los otros, el “trollismo”, indispensable para afirmar la posición discrepante y la descalificación que hacemos de los que piensan diferente a nosotros, o el “voyeurismo”, que nos permite observar los múltiples intercambios que ocurren en las redes, han pasado a ser fenómenos comunes que definen el intercambio social que estamos viviendo.

Lo más sorprendente de esto es que en estas interacciones sentimos que nos estamos relacionando, que dialogamos y que nos influimos mutuamente. Pero ¿es posible sostener una relación social sin la mediación humana fundamental que implica la relación cara a cara?

La asincronicidad de la interacción de las redes sociales, así como la desregulación afectiva que han demostrado producir, tienen como consecuencia la imposibilidad de ajustar nuestro comportamiento en función de las micro reacciones corporales que produce nuestra comunicación cara a cara y, con seguridad, son las responsables de la creciente violencia que evidencia nuestra convivencia social.

Publicada en La Segunda.

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