Comparaciones históricas: segunda vuelta presidencial y el plebiscito de 1988

6 de Diciembre 2021 Columnas

Cada disyuntiva histórica es única e irrepetible. Pero frente a la incertidumbre de decisiones presentes, es inevitable que busquemos pistas en el pasado.

Algo así sucede con la segunda vuelta de la elección presidencial. Por un lado, estamos frente a la votación más polarizada en el país desde la elección de Allende hace más de cincuenta años: cada uno de los bandos ve en la victoria del otro una amenaza a sus convicciones morales más fundamentales, cada bando piensa que es la defensa de la institucionalidad democrática misma la que está en juego. Por el otro, el Chile de hoy se parece muy poco al de esa época y la existencia de una segunda vuelta presidencial puede comprenderse como un aprendizaje frente a esa crisis institucional. El contexto internacional actual tampoco se asemeja a la Guerra Fría, a pesar de que el peligro de autodestrucción nuclear de esos años sí resuena con las amenazas actuales del calentamiento global. No hay un criterio definitivo para decidir si se trata comparaciones razonables o exageradas, pero quisiera proponer tres argumentos que me hacen pensar que la decisión del 19 de diciembre de 2021 se asemeja bastante a la decisión de votar “Sí” o “No” en el plebiscito del 5 de octubre 1988.

El primero es que más allá de inevitables reacomodos, el mapa político del país sigue marcado por esa decisión. Los partidos de derecha que apoyaron a Pinochet fueron por 25 años los grandes ganadores la de subvención electoral que producía el sistema binominal, mientras que la coalición de centroizquierda que hizo la riesgosa apuesta de competir bajo las reglas de la dictadura estuvo 20 años ininterrumpidos en el gobierno gracias a ese acierto. Para la izquierda más ligada al Partido Comunista, su desconfianza ante la legitimidad del plebiscito le costó quedar fuera del parlamento y del gobierno por décadas. Los apoyos políticos para la segunda vuelta entre Kast y Boric – el PS, el PPD y la DC por un lado, la UDI y RN por el otro – siguen teniendo como gran trasfondo aquella decisión entre el “Sí” y el “No” a la continuidad de Pinochet por ocho años más. Por lo demás, las campañas que afirmaron que Chile está “más allá de Pinochet” fracasaron sin apelación.

El segundo argumento dice relación con que en ambos casos la elección es una evaluación del legado del ciclo político anterior. Mientras que los partidarios de Pinochet hablaban de estabilidad, crecimiento económico y “excesos” en el uso de la fuerza, la concertación invitaba a construir un país distinto, más justo y donde “nunca más” se habrían de violar los derechos humanos de manera sistemática. Con matices, la disyuntiva actual está planteada en términos similares: por un lado, una apelación a restaurar el orden sobre la base de una visión extremadamente autoritaria de la sociedad; por el otro, la promesa de iniciar el camino hacia una sociedad más igualitaria.

La tercera dimensión dice justamente con el futuro. Más que insistir en cerrar simbólicamente la transición a la democracia del siglo pasado, el gobierno que comenzará en marzo próximo deberá encabezar la transición que viene: instalar la nueva constitución. Las expectativas son altas, porque de ella esperamos un nuevo contrato entre los ciudadanos y los servicios básicos, un nuevo contrato entre las distintas nacionalidades del país, un nuevo contrato para legitimar el uso de la violencia estatal y un nuevo contrato entre el Estado y las diversidades que coexisten en la sociedad actual. Por eso, al igual que en el caso de la Concertación en 1988, la épica de una sociedad mejor y más inclusiva está solo del lado de Boric. Con reparos e imperfecciones, su candidatura es la única que ofrece la oportunidad de imaginar un Chile más inclusivo. Como Pinochet el 88, Kast no tiene más que el miedo al que echar mano.

Aun así, la analogía con el plebiscito de 1988 tiene límites. El más importante es la paradoja fundamental que enfrenta Boric: para tener opción de éxito, está obligado a revisar una parte fundamental de su propia identidad política. Debe dejar de demonizar las transformaciones de los últimos 30 años y, sin necesidad de celebrarlo todo, hacer suyos los aciertos, virtudes y posibilidades que se abrieron aquel feliz 5 de octubre.

Publicado en El Mostrador

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