«Chile cambió»: la transformación en los hogares

25 de Junio 2024 Columnas

A finales de la década pasada, el eslogan «Chile cambió» resonó en todo el país, acaso como síntesis de un reconocimiento colectivo para transformaciones significativas en la sociedad chilena. La pauta periodística y el discurso público tienden a centrarse en cambios rápidos y visibles, como las opiniones políticas y las preferencias electorales, pero existen otros cambios más graduales que, aunque menos perceptibles, tienen un impacto profundo y duradero en nuestra sociedad. Entre estos, destacan las transformaciones en la estructura de los hogares chilenos; un reflejo de cómo «Chile cambió» a un nivel más íntimo y personal.

En nuestro estudio «Hogares en transición: el cambio de estructuras familiares en Chile post-1990», hemos analizado las transformaciones en la estructura de los hogares desde 1990 hasta 2022, utilizando datos de la Encuesta CASEN y las definiciones oficiales del Ministerio de Desarrollo Social y Familia (MDSF). Los resultados de este informe dan cuenta de considerables cambios en la manera en que las personas residentes en el país han constituido sus hogares durante los últimos treinta y cinco años. 

Durante este periodo, el «hogar nuclear» ha sido la estructura predominante en Chile. Estos hogares —compuestos por una pareja y su(s) hijo/a(s), o por un solo progenitor y su(s) hijo/a(s)—, representaban el 65% de los hogares en 1990, pero su presencia disminuyó al 58% en 2022. En paralelo, estos hogares han presentado cambios significativos en su composición interna desde 1990. En aquel año, el tipo de hogar nuclear más común estaba compuesto por cuatro personas (29% del total). Sin embargo, para 2022 la configuración más frecuente en esta categoría era de dos personas (39%). Esta evolución señala una clara tendencia hacia hogares más pequeños.

En cuanto a la jefatura de estos hogares, tradicionalmente definida por quien aporta la mayor cantidad de ingresos, hemos observado un aumento significativo en la proporción de mujeres en este rol. Sin embargo, este crecimiento no ha sido constante en el tiempo. Entre 1990 y 2000, la proporción de mujeres jefas de hogar se mantuvo prácticamente constante en alrededor del 13%. En parte, estos niveles pueden explicarse por la brecha salarial de género, pues los ingresos provenientes de la ocupación principal de las mujeres durante esos años fueron, en promedio, un 32% inferiores a los de los hombres [FUENTES y VERGARA,2018]. No obstante, a partir de 2003 hubo un aumento gradual en la proporción de mujeres que asumieron el rol de jefas de hogar, llegando a representar el 37% en 2017. Esto guarda relación con la evolución de la brecha de ingresos entre géneros, que disminuyó con el tiempo. De hecho, en 2017 las mujeres ganaban, en promedio, un 18% menos que los hombres. En 2020, en plena pandemia, hubo un notable incremento en el porcentaje de mujeres jefas de hogar, alcanzando el 46% y casi llegando a la paridad de género en 2022 con un 48% del total. Sin embargo, es importante considerar que la composición de la jefatura puede variar dependiendo de si la pareja está presente o no en el hogar, lo que sugiere la necesidad de investigaciones adicionales en este aspecto.

Por otra parte, los hogares «unipersonales» (compuestos por una sola persona) han experimentado una fuerte expansión, desde un 7% en 1990, a un 19% en 2022. Este cambio es coherente con las tendencias observadas en países desarrollados, como Estados Unidos. Por cierto, si Chile sigue una trayectoria similar a la observada en ese país, la proporción de hogares unipersonales podría aumentar hasta llegar a un 27%, implicando que más de un cuarto de los hogares estaría compuesto por solo una persona. Al observar las características sociodemográficas de aquellas personas que viven en hogares unipersonales, encontramos que los grupos mayoritarios son mujeres, personas mayores de 65 años y aquellas que pertenecen a los deciles más altos de ingresos. Este último punto no necesariamente indica altos ingresos laborales, particularmente entre las personas mayores; más bien, se trata de una consecuencia natural de la vida a solas y de recibir beneficios estatales (como la PGU), lo que eleva los ingresos per cápita del hogar y, por ende, su ubicación en los deciles de ingreso más altos.

Estos cambios en la composición de los hogares chilenos presentan desafíos importantes para las políticas públicas, tanto en el presente como en las próximas décadas. Por ejemplo, un aspecto crítico es la promoción de comunidades que eviten la pérdida del sentido de pertenencia y proporcionen apoyo adecuado a medida que las personas enfrentan problemas de salud o deterioro asociado al aumento de la edad [OMS 2020] y la soledad. Esta tendencia no solo aumenta los factores de riesgo para los adultos mayores, sino también para los jóvenes, como ha sido advertido por la OMS al declarar la soledad y el aislamiento social como problemas de salud pública a nivel mundial en el año 2023.

Además, los cambios en la composición de los hogares nucleares generan desafíos específicos en políticas habitacionales. Datos de la Encuesta CASEN muestran un aumento en la cantidad de hogares unipersonales entre personas menores de 35 años, así como una tendencia hacia jefes de hogar de mayor edad en los hogares nucleares. Esto sugiere que los chilenos están demorando más tiempo en formar un hogar nuclear. Del mismo modo, estos hogares nucleares naturalmente tienden a establecerse por un periodo más corto que antes, ya que los hijos salen de estos para ir a vivir solos. La preferencia por hogares más pequeños implica la necesidad de más viviendas para albergar a la misma población. Esto requiere revaluar los tipos de vivienda que se ofrecen como soporte desde el Estado, ya que la política habitacional en las últimas décadas se ha enfocado particularmente en las familias; así como también un ajuste en la oferta del sector inmobiliario para adaptarse a esta estructura más reducida de los hogares en Chile.

En este texto, destacamos los principales hallazgos de nuestro estudio sobre la composición de los hogares en Chile en las últimas tres décadas. Estos cambios son esperables como parte del progreso material general del país, la masificación de la educación superior y el avance de la urbanización desde el retorno a la democracia. En comparación con los cambios rápidos en el espectro político, que a menudo captan la atención pero cuya influencia en la vida cotidiana puede ser limitada, estos cambios en la estructura de los hogares están remodelando silenciosamente el tejido mismo de nuestra sociedad. Cambian la forma en la que interactuamos dentro de nuestras familias y cómo deseamos vivir, lo que plantea nuevos desafíos, principalmente en términos de vivienda y políticas públicas que incentiven la interacción social en el espacio urbano. Son desafíos que requieren respuestas inmediatas tanto del Estado como del sector privado, pues no son pasajeros: resonarán y modelarán nuestras vidas mucho más allá de cualquier ciclo electoral.

Publicada en Ciper.

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