Caminando por la historia

21 de Marzo 2021 Columnas

Vivo en Pedro de Valdivia, camino hacia Manuel Rodríguez, de ahí subo por Colón hasta llegar a Serrano. Paso por Prat para ir al banco, de ahí me voy a Bernardo O´ Higgins para ver una casa que me gusta. Me devuelvo por Caupolicán y diviso en Baquedano a una vecina con la que converso un rato de esto y aquello. La arboleda de avenida José Tomás Urmeneta, empieza, casi imperceptiblemente a cambiar sus colores. Todo, absolutamente todo mi recorrido y mapa ciudadano está plagado de historia, puede incluso que la ignore.

No sabía, al venirme a vivir a Limache, quién era Palmira Romano. Ahora lo sé, pero confieso que tampoco sé mucho de Serrano ni de Dolores. Podríamos casi leer la ciudad desde una cierta cronología, que va de lo macro a lo micro, de lo pasado a lo más presente: Colón, Valdivia, Caupolicán, O Higgins, Manuel Rodríguez, Freire, Prat, Urmeneta, Palmira Romano. ¿O acaso debo quedarme solo con Caupolicán o Manuel Rodríguez y  Ramón Freire? No sé si sacar parte de mi historia me ayudaría.

Una vez, revisando sin apuro una enorme caja de viejas fotos familiares, me encontré con un montón de fotos a las que alguien había recortado el rostro de una de las personas. Un cuerpo sin rostro y sin nombre. Hay personas que hacen eso, hay sociedades que hacen eso. Sólo queda un espacio vacío. Es el mismo espacio vacío que queda hoy en la Plaza Baquedano: una base enorme que revela una ausencia. ¿Cómo leer esa ausencia? No me refiero a la explicación literal: la estatua ha sido removida para ser remodelada y en un año volverá a su lugar. No, es más que eso, todos los sabemos. ¿Cómo leer esa ausencia? ¿Es un triunfo o un fracaso? Busco asidero desde mi mundo cotidiano.

Así como camino en un pueblo plagado de historia, hay gente que camina por calles que se llaman Blasia, Caledonia o Litorina. Es un “jardín del mar”. Como no soy botánica, esos nombres no me dicen nada, son insípidos, del todo insignificantes, ni buenos ni malos. Prefiero caminar por entre los gritos de dolor de Caupolicán, por entre la visión de mundo colonialista y violenta de Colón, por los encumbrados y quizás elitistas caminos de Urmeneta. Pero es mi historia, quiero entenderla toda, no dejar nada afuera. ¿Cómo leer ese vacío ya nombrado? ¿Reemplazaremos – “por la razón o la fuerza”- una estatua por otra, una  nueva figura que le guste a un grupo de determinados chilenos y a otros no? Ese vacío es nuestro fracaso, representa una visión maniqueísta de la realidad y la imposibilidad nuestra de aceptar las diferencias de un modo productivo.

Para el día de la mujer en Olmué hubo una marcha que se inició desde, la por todos conocida,  “Plaza de los Caballos”. Una de las participantes afirmaba por la radio que la plaza, de ahora en adelante, se llamaba “Plaza de las Yeguas”. A todo esto, una yegua “se domestica con facilidad y se ocupa para la monta”. ¿Hasta dónde llegaremos con esta guerra de nombres y símbolos?

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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