Calibraciones

27 de Octubre 2019 Columnas

Irrumpió como un estruendo, cuando las evasiones masivas fueron de súbito remplazadas por las llamas. En rigor, nada ha sido más ‘clasista’ que la violencia de estos días, una ola de destrucción que, entre otras cosas, dejó a las comunas más vulnerables sin estaciones de Metro y sin supermercados. Después, saqueos surrealistas, impúdicos, donde la gente a cara descubierta cargaba sus automóviles con mercadería robada. Expresiones ambas -la violencia y el saqueo- de una zona muy íntima de nuestra realidad social, una criatura que muchos, o todos, optaremos por barrer bajo la alfombra, ya que ese es un espejo demasiado incómodo e inoportuno para la máscara de un país conmovido con la desigualdad.

El viernes tuvimos el clímax de la manifestación social: una multitud superior al millón de personas colmó Santiago y otras ciudades, en un enjambre humano pacífico, sin precedentes desde el retorno a la democracia; además, porque tras él no hubo organización visible, ni liderazgos reconocidos ni agenda explícita. Con seguridad, esta ausencia de rostros y de credenciales va a complicar a los que buscan imponer sus propios diagnósticos e intereses políticos, sobre un movimiento ciudadano donde las banderas y dirigencias partidarias brillaron por su ausencia.

Para tristeza de muchos, ningún partido, ningún sector político, podrá llevarse este regalo para la casa. Ello implica, empero, que estaremos meses y quizá años discutiendo sobre los códigos subyacentes a este malestar y a esta esperanza, a sus sentidos y proyecciones. De aquí en adelante, va a ser hasta divertido contemplar a políticos e intelectuales, intentando convencernos de que lo vivido y expresado esta semana por la multitud, coincide precisamente con los diagnósticos y prioridades que ellos encarnan.

Pero será inútil: estaremos obligados a un esfuerzo de empatía y humildad, de cautela y moderación, buscando calibrar a cada paso las señales múltiples y polivalentes, digitadas durante estos días intensos. Además, porque querámoslo o no, el incendio intencional, el saqueo brutal y la marcha pacífica fueron parte de una misma realidad, de un todo integrado, plagado de intersticios, signos e interrogantes difusas. Como dos caras de un mismo fenómeno, que seguramente muchos intentarán desprender, para -otra vez- dejar sobre el espejo solo la imagen que desean perpetuar.

Al final del día, esta sinuosa complejidad dará lugar a dos opciones centrales: lecturas polarizadas y excluyentes, o esfuerzos por buscar una síntesis provisoria que permita abordar la crisis desde los marcos institucionales y de la deliberación política. Una dicotomía que en estos días de tensión ha sido ya un buen prisma para develar credenciales, con sectores que han intentado echar abajo a un gobierno democrático electo hace menos de dos años, y otros buscando una fórmula que no implique lanzar los últimos treinta años de democracia por la borda.

En el corto plazo, el gobierno pagará sin duda los principales costos; su confusión, su debilidad y, sobre todo, sus errores comunicacionales fueron el ingrediente decisivo de lo que esta semana quedó como un imperativo ineludible: el profundo ajuste de piezas, un cambio de gabinete que permita dar conducción a una nueva agenda social, buscando mejorar la interlocución con los actores políticos y la sociedad civil. Es innegable que para La Moneda el golpe recibido es demoledor, pero también es cierto que tiene aún más de dos años para recomponer sus bases de apoyo y su legitimidad. En este sentido, lo que se inicia a partir de ahora no es un “segundo tiempo”, sino un nuevo gobierno, un período donde los equipos, las prioridades y los estilos de gestión serán elementos que, en buena medida, definirán el curso de los extraordinarios sucesos vividos en los últimos días.

La democracia y la institucionalidad quedaron puestas a prueba. Entre otras cosas, porque los actores que buscan implementar soluciones por fuera de sus cauces fueron y seguirán siendo explícitos en dicho objetivo.

Publicada en La Tercera.

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