Bicentenario chileno

16 de Agosto 2017 Columnas Noticias

Hace poco más de un año escribí una columna sobre la conmemoración del bicentenario de la independencia rioplatense, en la cual aplaudí el relato comprensivo y dinámico presentado sobre la materia tanto por los dos museos dedicados a estudiar el proceso revolucionario como por aquellos que se especializan en el período. El caso argentino me pareció un buen ejemplo de cómo enfrentar una efeméride cargada de simbolismos pero que muchas veces es estudiada desde una posición cargadamente nacionalista,como si de ella dependiera el futuro de un país.

Traigo esto a colación porque nos encontramos a siete meses de que se cumplan doscientos años de la declaración de la independencia chilena y dicha coyuntura no parece importarle más que a un reducido grupo de académicos. Sin entrar en la disputa sobre dónde y cuándo exactamente se llevó a cabo la preparación y firma del Acta, me gustaría plantear algunas razones de por qué creo relevante detenerse a pensar sobre el tema.

En primer lugar, este tipo de conmemoraciones permite volver a preguntarse por cuestiones supuestamente conocidas y resueltas, pero que en realidad no lo son tanto. ¿Puede decirse que la separación con España coincide con la génesis del Estado nacional chileno? ¿Cuál es la relación entre la firma de la independencia y el régimen republicano de gobierno? ¿Cuán aceptada era para 1818 la opción independentista? ¿Tenía el grupo revolucionario liderado por Bernardo O’Higgins una legitimidad incuestionable al momento de la redacción del documento emancipatorio? Estas interrogantes pueden responderse a través de diversos formatos, desde la publicación de libros hasta la creación de series televisivas.

Por otro lado, el bicentenario debería fomentar una mejor comprensión de la relación con los vecinos latinoamericanos. En efecto, la declaración de independencia no sólo fue pensada para separarse de España, sino también de cualquier otra entidad que no fuera parte del “territorio continental de Chile y sus Islas adyacentes”. Este es un punto clave, ya que la soberanía dejó de estar repartida entre distintos cuerpos administrativos para recaer —política y territorialmente— en una única estructura de poder. De ese modo, la idea de que Chile formara parte de un proyecto continental americanista fue dejando de ser un elemento constitutivo de la lucha política.

Finalmente, detenerse en los doscientos años de vida independiente puede servir para aunar criterios curriculares que lleven a los estudiantes a meditar sobre de dónde vienen y hacia dónde van. No se trata, por supuesto, de desconocer las diferencias que históricamente han dividido a la sociedad chilena. Más bien, el objetivo es que los jóvenes reconozcan en fechas como esta una oportunidad para cuestionar lo que muchas veces los historiadores presentan como verdades incombustibles. Esa es la mejor manera de desarrollar el pensamiento crítico.

 

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