Amor cívico

9 de Diciembre 2019 Columnas

El gran triunfo de la dictadura ha sido el implantar el neoliberalismo en nuestra sociedad y con ello, el empobrecimiento del sentido humano. Según el filósofo Byung-Chul-Han, el neoliberalismo por definición “engendra una injusticia masiva de orden global”. Un sistema que se rige bajo una moral de estatus, del honor y del privilegio, donde el tener dinero reemplaza la identidad. En un Chile así, no es de extrañar que surjan “masas inseguras” movidas por el miedo y el odio: Quien posee dinero siente miedo de perder el honor, el estatus, el privilegio, la tranquilidad; el que no lo posee, siente miedo de la ausencia de seguridad (falta lo esencial para vivir dignamente) y de falta de identidad (soy lo que tengo: nada). Por tanto, el miedo por el futuro individual continua los derroteros del odio y la destrucción del otro, y por qué no, del sí mismo – a fin de cuentas, no somos sin el otro.

Nussbaum plantea que las emociones públicas pueden impactar profundamente en el crecimiento de una nación, tanto en un sentido como en otro: pueden impulsar con fuerza y vigor para avanzar, pero también pueden reforzar las divisiones, las jerarquías y el desprecio.

Nuestros actos son producto tanto de las condiciones sociales e históricas, como de nuestra naturaleza humana. Por ejemplo, la tendencia a estigmatizar y excluir tiene sus raíces en la emoción básica del asco, cuya función es rechazar aquello impuro o que contamina y que me hace vulnerable a la muerte. El rechazo hacia grupos étnicos y sociales tiene sus raíces en la repugnancia: “el negro”, “el homosexual”, “el flaite”, “el lumpen”, “el pobre” se encuentran en una categoría inferior, son los impuros, los contaminados, con quienes es necesario evitar cualquier tipo de contacto para “mantenerme a salvo”.

Para alcanzar la estabilidad en nuestra cultura política, es fundamental reflexionar sobre nuestras actitudes hacia nosotros mismos y hacia los otros. Y para ello, es indispensable nutrirnos y sustentarnos, como sociedad, tanto en valores éticos como en sentimientos fuertes y nobles que motiven a cada uno de nosotros a sacrificar el interés personal en favor del bien común.

De eso se trata, de amor: buscar el bien fuera de mi. No es un amor idílico, es REAL: un amor que acepta la imperfección de la vida y del ser humano; un amor que no pretende obtener todo lo que se desea; un amor que acepta que no todos pueden renunciar al “tener”, al estatus; un amor que acepta que todos tememos a la vergüenza y que todos, en mayor o menor grado, tenemos un deseo narcisista por controlar al otro.

¿Seremos capaces de un acto compasivo que trascienda el asco, el miedo, la vergüenza y la envidia? Deseo profundamente que la respuesta sea un “sí”; un sí arraigado en un compromiso personal con el amor, la igualdad, la libertad y la justicia sin desmentir el mundo real. Un acto de amor trascendente al Yo; un acto de AMOR CÍVICO.

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