Al borde del abismo

11 de Abril 2021 Columnas

“Tengo rabia. No tengo ni para comprar pan mañana”, decía esta semana una usuaria de Facebook, a la que acompañaban cientos de comentarios, algunos dándole ánimo y otros buscando posibles soluciones para una mujer y mamá que se mostraba desesperada: su marido está sin trabajo y lo que ella gana con un pequeño emprendimiento no le alcanza.

Hoy –pandemia de por medio- son millones los chilenos en esta situación. A la espera del bono tal o cual. Rogando que el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) o el Bono Clase Media les corresponda y les permita llegar a fin de mes. Cruzando los dedos por el tercer retiro del 10% de los fondos de la AFP –aun cuando a muchos ya no les queda nada que “autoprestarse”- y haciendo el quite a los controles sanitarios para poder, de alguna forma, trabajar y “parar la olla”.

Esa es la compleja realidad –que estas líneas no logran graficar en su totalidad- que hoy viven muchos chilenos, ajenos a las discusiones políticas, a las peleas entre el Congreso y el Ejecutivo, e incluso, a la carta firmada por los presidenciables del PS, PPD, FA, PC y PRSD que, al finalizar esta semana, pedía –entre otras cosas- cerrar las ciudades con mayor presencia del virus y que se entregue una Renta Básica Universal “sin trabas” para que los ciudadanos puedan dejar de salir a trabajar.

Precisamente en medio de este escenario, el Banco Mundial emitió un informe en el que salió a la luz una realidad en extremo preocupante: durante 2020, dos millones 300 mil personas pasaron en Chile de la clase media a la vulnerabilidad. Un retroceso enorme para un país que le gusta considerarse como la punta de lanza del crecimiento económico y el camino al desarrollo en Latinoamérica.

A lo anterior se añade que el ingreso per cápita cayó en alrededor de un 40% en los hogares donde alguno de sus miembros perdió el empleo. De un día para otro, conforme avanzó la pandemia –como triste corolario al estallido social que había iniciado este proceso el año anterior- más de dos millones de chilenos vieron mermados gravemente sus ingresos y terminaron siendo parte de un grupo que requiere ayuda. Y urgente.

Mientras esto sucede, el Parlamento y el gobierno siguen enfrascados en discusiones que poco le dicen al chileno de a pie, ese que apela a los escasos y fortuitos bonos gubernamentales y que ha debido utilizar sus propios dineros –su futura jubilación- para hacer frente a este periodo de vacas extremadamente flacas. Y que aun así no logra encarar la crisis de manera digna.

Y nuestra región no ha quedado ajena a esta realidad. Marisol Cortez, presidenta de la Cámara Chilena de la Construcción de Valparaíso recordaba en una columna esta semana, que -de acuerdo a cifras dadas a conocer por Techo- las familias viviendo sin condiciones básicas en campamentos pasaron de 11.228 en 2019, a 23.843 en 2020. ¡Un aumento de 112%!

Claramente, las “ayudas” del gobierno no están siendo suficientes, sobre todo para la clase media. Otro tema es cuánto más se puede estirar el chicle del Estado para paliar la crisis, pues los recursos nunca son eternos. Ni suficientes. Pero lo cierto es que los chilenos necesitan un salvataje urgente.

En paralelo a aquello, vemos que las cuarentenas extendidas no surten efecto y la pandemia sigue su avance implacable, incluso por sobre los nueve mil casos diarios, en una posibilidad que la propia autoridad había adelantado como catastrófica. En este escenario, Sebastián Izquierdo advertía esta semana que “previo al 2020, los hogares del 80% más pobres del país ya tenían que llegar a fin de mes rasguñando el bolsillo; tras la llegada de la pandemia, el 25% de estos aseguraron sentir inseguridad alimentaria”.

Cuando gran parte de los chilenos no logra llegar a fin de mes, cuando el hambre arrecia, cuando las ollas comunes comienzan a poblar los barrios, ¿es factible pensar que esas personas puedan quedarse en sus casas esperando que la pandemia termine?

Es ahora cuando el Estado debe hacer sus máximos esfuerzos, hay muchas familias que están al borde del abismo o cayendo derechamente en él, sin poder ver la luz al final del túnel. La clase política debe ahora salir de su metro cuadrado, alzar la vista y darse cuenta de que la realidad es mucho peor de lo que imaginan. Solo de esa forma podrán aparecer nuevas ideas, hacer mayores esfuerzos y generar soluciones a la altura de las dramáticas circunstancias. El hambre no puede ser opción en un Chile que supuestamente camina hacia el desarrollo, en pleno siglo XXI.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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