A un millón de años luz

11 de Diciembre 2022 Columnas

“¿Es posible que vuestra merced no sepa que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recibidas?”, decía don Quijote al barbero, en la segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Una frase que ha quedado grabada en el inconsciente colectivo y que debería servir de referencia antes de hacer comparaciones.

A pesar de aquello, éstas parecen ser inevitables, aun corriendo el riesgo de que la mayoría de las veces no nos favorezcan. Pienso en esto a propósito del discurso del presidente Gabriel Boric durante la inauguración de la estatua del ex presidente Patricio Aylwin. Aunque ya hice referencia a ella la semana pasada, se me quedó en el tintero otra parte significativa de la alocución en la que comparó a ambas generaciones.

Dijo el presidente: “Si alguna vez en el futuro lejano -somos muy jóvenes aún-, se nos recuerda a los Cariola, Jackson, Vallejo, Boric, de la actual generación, como hoy se recuerda a Aylwin, Frei, Leighton, Tomic, Fuentealba, sin lugar a dudas, habremos cumplido nuestro cometido”.

Intentando ser justo, la comparación posee el mérito de romper con la niñería de despreciar los treinta años. No obstante, encierra en sí mismo algo propio de la generación de Boric y de aquellas que le suceden y es creer que el lugar a donde llegaron los aludidos fue producto del azar o de la conjunción de estrellas.

Pensemos en dos casos. Si quisiéramos comparar a Boric con Patricio Aylwin, por ejemplo, vemos que este último, después de titularse de abogado en 1944, se hizo cargo de la cátedra de derecho administrativo en la Universidad de Chile y desde 1952, empezó a hacer clases, además, en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Paralelo a esto, Aylwin fue profesor de Educación Cívica en el Instituto Nacional José Miguel Carrera entre los años 1946 y 1963. Cuatro años más tarde, asumió como director de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Recién a los 72 años, alcanzó la presidencia de Chile. En el caso de Gabriel Boric, en cambio, su carrera académica podría reducirse a tres ayudantías en la Universidad de Chile. Egresó, pero no pudo titularse de abogado por reprobar su examen de grado y tampoco escribió su memoria. Aunque, a diferencia de Aylwin, fue presidente a los 36 años.

Eduardo Frei Montalva, otro de los aludidos, también egresó de derecho y después de su titulación, obtuvo el Gran Premio de Honor entregado a los mejores de su generación. Al igual que Aylwin, fue profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, en específico, en la cátedra de Derecho del Trabajo. Además, se desempeñó como redactor del Diario Ilustrado. Frei alcanzó la presidencia de Chile cuando tenía 53 años. Giorgio Jackson, por su parte, se tituló de Ingeniero Civil Industrial en la Pontificia Universidad Católica de Chile. También fue profesor, pero del Centro de Estudiantes y Trabadores de la Universidad Católica.

En ninguno de ambos casos, la participación política, ya sea en las juventudes universitarias o después, fundando y siendo parte de partidos políticos, fue un impedimento para que llevaran a cabo su labor profesional y familiar (ambos se casaron y tuvieron hijos).

Espero que no se mal entienda. Un título profesional no hace que uno sea mejor que otro, pero sí marca una diferencia en la trayectoria de vida profesional de una persona. Querer ser recordado como Aylwin o Frei es una linda aspiración, pero para que sea un poco más que eso, requiere buenas cuotas de trabajo y muchos años de sacrificio.

En fin, como hablar es gratis, a mis 45 años, me encantaría que me recordaran como a Benjamín Vicuña Mackenna. El único problema es que, a mi edad, Vicuña Mackenna ya había escrito una veintena de libros, se había titulado de abogado, había sido intendente de Santiago y candidato a la presidencia de Chile.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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