2022: Hora de balances

31 de Diciembre 2022 Columnas

Quizás el precio de la cena de fin de año, del pavo o del pollo, las papás y el aceite, sobre todo el aceite, le hagan sentir que este fue un mal año. Y es que ha sido un 2022 marcado por una inflación galopante que hace que, de forma inevitable, toda conversación termine derivando en que todo está por las nubes, a excepción de los sueldos. Si antes era el clima, hoy lo caro de la vida y el valor estratosférico de la UF es el tópico común de toda conversación.

Asimismo, el incendio en Viña del Mar y la pérdida de hogares nos dejan una amarga sensación. No solo por el drama que implica para cada una de esas familias que lo perdieron todo, sino, además, por la falta de medios por parte de las autoridades para dar una solución que impida que este tipo de desastres se vuelva a producir.

Por si esto fuera poco, los delitos ligados al narcotráfico y la inmigración ilegal parecieran desbordar las capacidades de las policías y los tribunales. Los muertos y baleados aumentan como también el descaro con que actúan las bandas de narcos y ambulantes.

Por otro lado, la guerra en Ucrania, aquel conflicto que se inició en febrero y se suponía iba a durar solo unas semanas, ha dejado en evidencia uno de los criterios básicos del periodismo: la noticia deja de serlo cuando ya no es novedosa. Siguen los muertos, el hambre, los desplazamientos, pero ya no genera impresión ni mayor interés. Después de los primeros hechos, los conflictos, por dramáticos que sean, comienzan a ser desplazados por otras noticias que cumplen con el criterio clásico de lo novedoso y próximo y, de esta forma, terminamos siendo inmunes al dolor ajeno.

A pesar de todo, quiero quedarme con el retorno a la normalidad. Hasta hace un año, existían serias dudas de que podríamos retomar las clases y las actividades en espacios cerrados. La mascarilla, después de un par de años de uso permanente, es un recuerdo lejano, tan lejano que cuando llegamos a un centro médico, nos damos cuenta de que se nos olvidó y, cuando damos con ella, de lo incómodo que es ocuparla.

Para valorar la normalidad y asumir que los tiempos actuales no son tan malos, debemos recordar el estrés de las cifras de contagios y fallecidos que se daban a conocer todos los días, las informaciones relativas a la fase a la que pasaba cada ciudad y los controles militares a las afueras y entradas de cada ciudad.

En esta línea, y después de dos años, con quienes antes eran oposición ahora en el gobierno, pareciera haber consenso de que la violencia solo genera violencia y que urge retomar el camino del diálogo y el respeto como requisitos mínimos para construir una mejor sociedad y, algún día, lograr el anhelado desarrollo.

En mi ámbito, el retorno a la presencialidad en la sala de clases ha dejado en evidencia que, si bien la fórmula on line permitió salvar la situación, lo cierto es que, a nivel de básica, media y pregrado, los contenidos son una excusa para el desarrollo de otras habilidades, la sala de clases es clave para forjar vínculos sociales, relaciones de confianza, tan importantes en la formación de niños y jóvenes.

Aun cuando los estudios presenten evidencia del calentamiento global y la contaminación crece a un ritmo acelerado, lo mismo sucede con el conocimiento. El descubrimiento de las vacunas contra el coronavirus ha demostrado lo que puede lograr el ser humano cuando pone todos sus esfuerzos en pos de un bien mayor. Confío en que esa misma voluntad y capacidad de crear conocimiento nos permitirá sortear con éxito estas amenazas.

Finalmente, trate de recordar lo que sentía el año pasado en esta misma fecha. La incertidumbre sobre la pandemia, el nuevo gobierno y la convención constituyente marcaban la pauta. Hoy el escenario, aunque no mucho mejor, es distinto. Valoremos lo que tenemos, empecemos a pensar de forma positiva y enfrentemos el 2023 con esperanza.

Que sea un gran año.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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