¿Y si nos hubiéramos gastado todo para el estallido?

9 de Mayo 2020 Columnas

Han pasado seis meses desde que las estaciones del metro ardieran. Seis meses desde que un millón de personas desbordara la Alameda. Seis meses desde que el “estallido social” se instalara en nuestro país.

Y nunca fueron tan largos seis meses.

Hoy el país es otro. Las preocupaciones son otras. La realidad es otra. El Presidente ha vuelto a ser Presidente y el Estado de Derecho, Estado de Derecho.

La sombra de la noche amenaza a cada vez más personas. El temor de contagiarse, la dificultad de estar en cuarentena y la imposibilidad —por ahora— de volver a la normalidad. Mientras tanto, miles de empleos empiezan a desaparecer, y lo que se viene es mejor no imaginarlo. Claro, hoy estamos todavía viendo cómo esquivar el tsunami del coronavirus, pero una vez que se retire la ola veremos los daños estructurales que esto nos dejó.

El mundo camino al despeñadero, como tantas veces ha ocurrido. Desde que el faraón soñó con siete vacas flacas hasta la crisis subprime de 2008. Una historia llena de ciclos económicos. Pero pocas veces un shock de oferta se ha juntado con un shock de demanda, y no es descartable que del sector real esto pase al sector financiero.

Mientras, algunos sueñan con una recuperación con forma de V, otros advierten que será con forma de W, los más pesimistas hablan de una L. Y la verdad es que nadie sabe nada.

Las malas noticias serán malas para todos los países del mundo, pero para algunos serán más malas. Las “vírgenes previsoras” que ahorraron aceite podrán ver al novio aunque sea de lejos; las “vírgenes necias” no lo podrán ver.

Afortunadamente, Chile tiene herramientas a las que acudir, cosa que muchos otros no tienen. Y las tiene, en gran parte, como mérito a haber sido los pernos del barrio, los responsables, los huevones. El mérito principal de esto no son los Chicago Boys, es la Concertación; y en especial de Foxley por haber establecido un lineamiento económico, y de Ricardo Lagos por su regla de balance estructural, que permitió juntar ahorros soberanos que ahora nos empezamos a gastar.

El punto es que —como era previsible— fueron muchos los que quisieron gastarse esto antes de tiempo. En octubre, noviembre y diciembre vimos emplazamientos, documentos y propuestas para “comprar paz social” vía gastarse los fondos soberanos y el aumento de deuda. Economistas de centroizquierda, centros de estudio y dirigentes de oposición. Había que soltarse las trenzas de una vez y salir a gastar.

Pues bien, si eso hubiera ocurrido, hoy estaríamos todavía peor.

La paradoja es que los mismos que ayer pedían gastárselo todo, subir fuertemente el salario mínimo, bajar las horas de trabajo, incrementar la pensión solidaria mucho más allá de lo que se hizo, etc., piden ahora que se tire la casa por la ventana con el gasto y hacerlo luego. Esta semana conocimos la opinión de uno de los senadores serios, el senador Montes, acusando al ministro Briones de haber vuelto a ser “lo que han sido siempre los ministros de Hacienda”, en referencia a su afán por cuidar la plata.

Y aquí no hay que ser pitoniso para saber que no sabemos cómo termina esto. Que sin duda hay que gastarse los ahorros. Que tal vez llegó el momento de relajar ciertas reglas, pero que es momento de seguir los consejos de las viejas abuelas: “Guardar para más adelante”, o hacer como “siempre han sido los ministros de Hacienda (eso sí, de la Concertación)”: prudentes. Un valor que, como decía Aristóteles, está al medio de dos vicios: en este caso, entre la “temeridad” y “el miedo”.

Los primeros “economistas”, antes de Adam Smith, fueron en su mayoría médicos y vieron muchas similitudes entre la economía y el cuerpo humano. Así como en la gran mayoría de las enfermedades el cuerpo humano se mejora solo, la economía se corrige sola, vuelve siempre al equilibrio. Hace casi 100 años, a propósito de la gran crisis, la discusión volvió a imponerse. Y si bien algunos como Hayek volvieron a plantear la tesis de la autocorrección, finalmente se impuso el keynesianismo y todos aquellos que propiciaron meterle un sopapo a la economía, para desatascarla. Tuvo así la economía de mercado un segundo aire frente a las amenazas marxistas, que simplemente propiciaban la muerte del cuerpo y su reemplazo por una especie, que el tiempo terminó mostrando que no era más que un monstruo mutante.

Hoy, en mayor o menor medida, todos son keynesianos. Pero eso no significa actuar con irresponsabilidad. Y a quienes desde un matinal llaman a gastárselo todo en mayo, hay que pedirles la vieja virtud de la prudencia y hacerles una simple pregunta: ¿qué hubiera pasado si para el estallido social les hubieran hecho caso?

Publicada en El Mercurio.

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