Una paz imperfecta

7 de Marzo 2022 Columnas

En El príncipe Maquiavelo da un consejo a los gobernantes: es mejor ser temido que ser amado, pero lo peor es ser odiado. La invasión rusa a Ucrania parece comprobar esta recomendación.

Al parecer el plan ruso era conquistar en menos de una semana Kyiv, Kharkiv, y en general el conjunto de ciudades ucranianas al este del Dniéper, para establecer allí un régimen infeudado al Kremlin. Para esto era menester que la resistencia ucraniana fuese baja –sobre todo en las regiones del este donde parte importante de la población es rusohablante–, que no hubiese un gran número de muertos civiles y que la victoria militar fuese rápida. Esta es la explicación más lógica de por qué en los primeros días del ataque el ejército ruso no utilizó su armamento más poderoso y destructor.

Sin embargo, la obstinada resistencia del ejército y de la población civil ucraniana, incluso en las regiones de habla rusa –lo que de paso delata la falsa propaganda rusa respecto a un supuesto genocidio en contra de esta población–, y una inesperada debilidad del ejército ruso no han permitido al invasor cumplir sus objetivos.

Frente a esto, Putin se encuentra en un dilema. A corto plazo, la única forma de triunfar rápidamente sería a través del uso masivo de su poder de fuego, lo que causaría un gran número de muertos civiles y de destrucción. A largo plazo, necesitaría un gobierno ucraniano que le sea favorable y con una legitimidad mínima en la población para no ser percibido como una banda de traidores. Pero, cada bomba rusa, cada civil muerto, cada manifestación en contra de la ocupación, aleja más y más esa posibilidad. Putin, como pésimo estratega, pero buen táctico, al parecer ha elegido la primera opción, como lo muestra el uso indiscriminado del poder de fuego de los rusos tras unos días de iniciado el ataque.

El problema es que, probablemente, los rusos terminen triunfando militarmente –salvo un colapso poco probable pero no completamente descartable del ejército ruso o del régimen de Putin–, pero se quedarán con un país en ruinas, con un movimiento de resistencia masivo y sin un número suficiente de tropas para controlarlo, ni la capacidad económica para sostener semejante esfuerzo bélico.

Por lo tanto, para evitar este desenlace es necesario una iniciativa diplomática que sea capaz de proponer una salida honorable al poder ruso, accediendo a ciertas concesiones, como el reconocimiento de la anexión de Crimea y el levantamiento de las sanciones. A cambio, Rusia tendría que poner fin a la invasión y permitir a Ucrania decidir libre y democráticamente sus alianzas y de forma autónoma su política interna y externa. Es posible que moralmente esta solución no sea la mejor, ya que tendría como resultado la impunidad de los crímenes de guerra cometidos por Rusia, pero frente al horror de la guerra, el restablecimiento de una paz imperfecta entre naciones libres es más importante que la búsqueda de una justicia a cualquier precio.

Publicada en La Segunda.

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