Un paseo por la costa 

7 de Febrero 2022 Columnas

Revisando el diario porteño de La Unión de hace un siglo, encontré un relato del viaje realizado por un periodista a los balnearios de Papudo y Zapallar. La crónica que me pareció interesante, porque aborda varios temas sobre los cuales podemos cuestionarnos. El primero tiene relación con la permanencia de ciertas tradiciones, la más obvia, aprovechar el verano para salir de vacaciones y la búsqueda de balnearios que resulten novedosos para la élite, alejándose de aquellos que se vuelven populares. Luego surgen otros temas, como algunas problemáticas permanentes que nos afligen, como la falta de viviendas y las malas condiciones de vida y, por último, los medios de transporte.  

Vamos a la crónica. El año 1922, la Compañía Sudamericana de Vapores organizó un viaje con un selecto grupo de porteños, con el fin de que disfrutaran de los beneficios del vapor Huasco y, de paso, conocer los prósperos balnearios de Zapallar y Papudo.  

Después de tres horas de viaje desde el puerto de Valparaíso, lo primero que llamó la atención de los visitantes fue la vista de Zapallar. Desde la cubierta, se podían apreciar: “hermosas construcciones de las arquitecturas más variadas, en medio de árboles frondosos”.  

En contraste, al llegar a la costa, criticaron la ausencia de un muelle en Papudo que les permitiera desembarcar con tranquilidad sin tener que hacer peripecias para no caer al mar.  

Pese a este detalle, el cronista del diario La Unión destacaba de este lugar: “Experimentamos la más agradable de las impresiones al ver cómo ha progresado la pobre caleta de años atrás convertida en el más pintoresco de los balnearios, gracias a la influencia bienhechora del ferrocarril”.  

A modo de ejemplo, describía el periodista: “Ya en tierra, y saliendo del muelle y del lugar que ocupan los barracones que sirven de bodegas, fue de admirar la diligencia gastada por las autoridades al convertir esa playa en hermoso sitio de veraneo: grandes lanchas, bongos de pesca, casetas de pescadores y más allá otras bañistas, presentan el más hermoso panorama al viajero; a la derecha las construcciones modernas, la Iglesia, el Castillo, los chalets, el edificio del hotel, todos de arquitecturas variadas, hacen exclamar a algunos extranjeros que nos acompañan”.  

Entre las cosas curiosas que uno puede encontrar en este relato, aparece la presencia de fotógrafos ambulantes que “hacen su agosto” retratando a las familias que iban a veranear. Claro, a un siglo de distancia, no había smartphones ni cámaras portátiles que pudieran inmortalizar el momento con las selfies. Asimismo, sorprendió la existencia del Club de Lawn Tennis de Papudo con nada menos que tres canchas.  

A propósito de tomas ilegales y falta de viviendas en nuestra región, entre la descripción del lugar, surge la crítica por el surgimiento de ranchitos en torno a la estación de ferrocarriles, práctica común de la época, y las malas condiciones de vida que éstas presentaban.  

Dice el periodista: “Nos interesamos por conocer las viviendas y el más amargo desaliento se apoderó de nuestro espíritu (…) cómo se permite vivir a tantos infelices sin sujeción a ningún principio higiénico y ¿por qué no decirlo? sin ningún sentimiento de humanidad”.  

La pobreza de estos ranchitos contrastaba con una próspera industria hotelera dispuesta a recibir a los veraneantes, siendo el Gran Hotel, el Royal Hotel y el Hotel Papudo los más importantes.  

La visita a las playas era complementada con una cena y un baile de gala en el mismo Huasco, en una fiesta que se extendió hasta las cuatro de la mañana. Al día siguiente, algunos visitantes aprovecharon la mañana para ir en auto a la playa de Zapallar, antes de emprender el regreso al puerto de Valparaíso: “con mar tranquilo y con pintorescas carpas instaladas por las familias de la sociedad santiaguina que allí gozaban de la tranquilidad de la vida junto al mar”.  

No hay claridad respecto al éxito o continuidad de estos viajes en el tiempo, pero sin duda hemos ido restringiendo las posibilidades de transporte al bus y al automóvil. Hace un siglo, con menos recursos, pero más imaginación, existían otras formas entretenidas de llegar a otros lugares a disfrutar del verano.  

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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