Un Oscar para Chile

8 de Julio 2019 Columnas

Las encuestas son consistentes: hoy en día, no hay liderazgos presidenciales competitivos dentro del mundo de la ex Nueva Mayoría. En preferencias espontáneas lideran los nombres de Beatriz Sánchez, Joaquín Lavín y José Antonio Kast. Más atrás, es cierto, aparece la incombustible Michelle Bachelet, el todavía senador Alejandro Guillier y el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue. Pero Bachelet ha dicho que no correrá nuevamente, y su promesa parece sincera. A diferencia de su gloriosa primera salida, esta vez quedó duramente golpeada en lo personal y en lo político. Tiene todas las de perder en un enfrentamiento con una derecha ordenada tras un candidato al alza como Lavín. Por su parte, Guillier representa el extraño caso del excandidato que queda lejísimo de la pole position después de haber llegado segundo en un balotaje. Lavín quedó bien aspectado luego de su derrota con Lagos en 2000, lo mismo que Piñera tras perder con Bachelet en 2005. En ese sentido, Guillier se parece más al Frei de 2009, un candidato desechable e ideal para perder una elección que no ganaría de todos modos. Jadue podría ser un buen candidato para la izquierda, pero no lo es para la vieja gran familia concertacionista. No es necesario ser anticomunista para que el discurso de Jadue parezca radical y dogmático. Su porcentaje de rechazo le pone techo, lo que suele ser problemático para ganar una presidencial, bajo la premisa de que estas se disputan en el centro político, entre los moderados, en el voto blando. En resumen, la derecha tiene toda la cara de quedarse en el poder. Esto con relativa independencia de que el presidente Piñera no termine con buenos números de aprobación. Frei Ruiz-Tagle acabó su mandato con 28% a su favor y aun así le entregó la banda a Ricardo Lagos. Bachelet cerró su primer gobierno con cifras tropicales de aprobación y no fue capaz de dejar un sucesor de su coalición en La Moneda. Los candidatos importan. Por ahora, los mejores están en Chile Vamos.

La crisis de liderazgos presidenciales en la centroizquierda chilena coincide con la crisis ideológica y electoral del proyecto socialdemócrata en el mundo. Es discutible si acaso la Concertación fue genuinamente socialdemócrata. En la esquina autoflagelante, muchos creen que se limitó a administrar el modelo neoliberal heredado de la dictadura. Sin embargo, al menos en lo que respecta al otrora sector progresista de la coalición más exitosa de la historia de Chile (es decir, descontando a la DC), es justo decir que navegaron a tono con los tiempos de la renovación socialista, primero, y de la Tercera Vía, más tarde. Son esos proyectos, reformistas antes que revolucionarios y responsables antes que demagógicos, los que entraron en crisis, asediados por populismos en ambos extremos. Chile no es la excepción.

En este contexto, es especialmente interesante la irrupción de la opción presidencial del economista socialista Óscar Landerretche. Partamos por lo obvio: Landerretche no concita la adhesión de las masas, no recorre matinales y su porcentaje de conocimiento fuera de la elite debe ser bajísimo. Sin embargo, es capaz de motivar una reflexión ideológica y generacional muy necesaria. Landerretche pertenece a un mundo que vio cómo sus padres recuperaron la democracia y luego se sentó en la segunda fila de la transición. A diferencia de sus hermanos chicos del Frente Amplio, la generación concertacionista de Landerretche aprendió a respetar —demasiado—a sus mayores. Cuando el único de los suyos se atrevió, fue tratado de “Marquitos”. Muchos son viudos de Lagos, y hace rato están preguntándose si acaso les corresponde tramitar su jubilación anticipada de la vida política con apenas cincuenta años. Landerretche representa el espíritu de revancha de la Generación X, apretujada entre los baby boomers que se resisten a dejar el poder y los que amenazan con tomarlo sin permiso.

Pero la gracia de Landerretche no termina ahí. Por la complejidad de su pensamiento político —Landerretche tiene muchas más que el economista estándar y muchas más variantes ideológicas que el socialista promedio—, logra conectar con distintos grupos y tradiciones. Les los socialdemócratas, pero también al comunitarismo que todavía reside en los alrededores de la DC, y al liberalismo igualitario que promovió la figura de Andrés Velasco y que se posiciona en el centro del espectro. Incluso, por el lado izquierdo, despierta simpatías de más de algún RD y frenteamplista razonable. Puede que esta “aventura culta”, como la llamó Alfredo Joignant, muy lejos. Pero si el panorama para 2021 ya es difícil, quizás sea mejor perder construyendo algo que florezca eventualmente en el mediano plazo antes que seguir depositando fichas en la generación de la transición (¿ Insulza? ¿ Heraldo? ¿ Montes? ¿ Allende?).

Mis amigos socialistas se entusiasmaron con el triunfo de Pedro Sánchez en España. Significa, dijeron, que Podemos no se comió al PSOE como se había presagiado. Les da esperanza ante el avance del Frente Amplio. Sin embargo, la victoria de Sánchez no fue fortuita. Su partido tuvo que trabajar seriamente para volver a ser una alternativa de gobierno atractiva, incluyendo importantes esfuerzos en la renovación de los elencos. No hay procesos de cambio sin sacrificios ni costos. La pregunta es si acaso un liderazgo como el de Landerretche puede contribuir a activar esos engranajes. Si lo hace, sería bueno para la centroizquierda y bueno para Chile.

Publicada en Revista Capital.

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