Un muy pequeño ejercicio de lógica

20 de Agosto 2020 Columnas

En las comunas donde la transición ha sido implementada, es posible constatar que son muchos los que obedecen las precauciones establecidas por la autoridad para avanzar hacia el anhelado desconfinamiento total. Pero también nos hemos enterado de que un grupo no minoritario persevera en el incumplimiento de esas medidas, sin reparar en las secuelas que arrastraría, por ejemplo, no usar mascarillas o no mantener una precisa distancia. ¿Qué hacer, pues, con la conducta imprudente del prójimo, que pone en riesgo su salud y la de su entorno?

Cuando España inició su desescalada, circuló en redes sociales una imagen que, velando por la paz mental de los más responsables, instaba a no frustrarse por las personas que ignoraban las normas de mutuo cuidado. Este consejo, sin quererlo, parecía plasmar las ideas estoicas de Epicteto, filósofo griego que recomienda no atormentarnos por las cosas de ajena naturaleza, esto es, que no dependen de nosotros. Eludiremos así, señala, la desdicha que las acciones externas puedan producirnos. Frente a los conflictos morales de la crisis sanitaria, “solo yo tengo autoridad sobre mí mismo”, diría Epicteto, acudiendo a sus Discursos, porque, a fin de cuentas, no podemos dominar en otros su inclinación hacia el bien o el mal.

Quizá esto explicaría cuán inútil pudo ser la decisión de un hombre que, mientras el aislamiento era obligatorio en toda la capital, solicitó a unos jóvenes reunidos en una plaza que utilizaran mascarillas, los que acabaron por golpearlo en el suelo según se informó en la prensa.

Sin embargo, la crisis multidimensional provocada por el SARS-CoV-2 ha dejado en claro que lo ajeno no nos puede ser irrelevante, tal como las determinaciones individuales no son indiferentes en el espacio público. Un deber une a estas dos realidades: acaso contradiciendo a Epicteto, en el escenario actual, el arrojo de ese ciudadano —que por desgracia le costó una golpiza— no resulta en vano, dado que proteger la salud propia como la de nuestros semejantes se ha tornado en un imperativo. Será a quienes deseen tomar ese camino a los que adeudaremos haber superado este trago amargo.

Una anécdota para concluir. Asociado a esta pandemia, entre los recuerdos de niñez, viene a mi mente un episodio de “La dimensión desconocida”, entrañable serie sesentera de fantasía y de terror. Aunque no fue de mi pleno gusto en ese entonces, el capítulo titulado “El refugio” se grabó indeleble en mi memoria.

En este, una apacible comida en el hogar de los Stockton se ve interrumpida por el anuncio radial de un ataque nuclear inminente. Cegados por asegurar la protección de cada uno, los antes amables vecinos irrumpen en la cena queriendo ocupar la guarida antibombas que los Stockton tenían en su casa. Luego, la creciente violencia era sofocada por un nuevo aviso, que corrige el supuesto amago por unos inofensivos satélites. Al cierre se advertía: “Sin moralejas, sin mensajes, sin tratados proféticos, solo una simple declaración de hechos: para que la civilización sobreviva, la raza humana tiene que permanecer civilizada. Este ha sido el muy pequeño ejercicio de lógica de esta noche en ‘La dimensión desconocida’”.

Esa modesta ficción nos recalca la esencialidad de prestar atención al bienestar de los que integran la sociedad en su conjunto para encarar cualquier amenaza. De estar con vida, Epicteto, un defensor del egoísmo como él admitía, se vería forzado probablemente a concedernos esta verdad.

Publicada en El Mostrador.

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