Un golpe de Estado en cámara lenta

2 de Mayo 2019 Columnas

Los eventos del martes 30 en Venezuela resultan al menos extraños. Un motín de parte de la Guardia Nacional Bolivariana y algunos núcleos menores de las Fuerzas Armadas derivó en la liberación de Leopoldo López de su arresto domiciliario y algún tipo de combate en torno a las instalaciones de la base aérea de La Carlota. Este proceso fue saludado por el Presidente Encargado, Juan Guaidó, como el inicio de una putativa “Operación Libertad”, esperando un cambio de bando de parte considerable de las Fuerzas Armadas y la caída de la dictadura de Nicolás Maduro.

Algunos reportes parciales, así como declaraciones del encargado norteamericano de la crisis venezolana, Michael Bolton, sugieren que algún tipo de negociación previa habría tenido lugar con los jerarcas del régimen bolivariano. Por otro lado, la remoción por Nicolás Maduro del jefe del siniestro SEBIN, la Policía Política, les da alguna credibilidad a esas opiniones.

Como fuere, el punto concreto es que la asonada no se convirtió en golpe de Estado, y Nicolás Maduro -junto a los jerarcas de las Fuerzas Armadas- sigue a cargo de la tragedia en la que se ha convertido la Revolución Bolivariana.

Lo anterior nos lleva a algunas reflexiones, la primera de las cuales es la confirmación empírica de que el verdadero régimen boliviariano viene representado por el poder de las Fuerzas Armadas y no de los herederos de Chávez. Ellos, vinculados por distintas fuentes al negocio de la droga y al mercado negro parecen saber no solo su poder, sino la imposibilidad de que una oposición fragmentada pueda ofrecerles ningún tipo de garantías respecto a su futuro, que los lleve a negociar la entrega del poder.

Otro punto crítico es la ineficacia de la oposición. Ante un régimen que controla ya por décadas no solo todos los poderes del Estado, sino que además la prensa y el abastecimiento de bienes y servicios, la Asamblea Nacional y del Presidente Encargado parecen no tener la capacidad de convertir la resistencia al régimen en poder para derrocarlo. Quizás son escrúpulos ante lo que muy fácilmente pueda convertirse en un baño de sangre, pero el hecho concreto es que, con amenazas y eslogans, Maduro no dejará el poder.

Ante lo anterior, es claro que el régimen no cayó ayer, y Guaidó perdió otro poco más de poder y credibilidad. Pese a lo anterior, en la espantosa guerra de desgaste entre el régimen de Maduro y la oposición, el Gobierno perdió otro poco de credibilidad y, sobre todo, sugirió por primera vez la existencia de fisuras internas. Y eso, por si mismo, es al menos una primera demostración de debilidad. Lo que es evidente, es que el proceso de derrocar a la dictadura bolivariana será una ordalía que aun tiene tiempo por delante para el sufrido pueblo venezolano.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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