Un espacio vacío

14 de Marzo 2021 Columnas

El problema nunca fue la estatua del general Baquedano, “un militar genocida que violó mujeres”, como lo llamó el candidato presidencial Daniel Jadue. De hecho, muy cerca de ahí, el Museo Violeta Parra ardió dos veces en una misma semana, sin que la oposición ni su propio partido hubieran hecho el más mínimo gesto de desagravio; como ardieron también, en la misma zona, iglesias y sedes universitarias, frente al silencio cómplice de los que -desde el 18 de octubre- han visto en la violencia un recurso aceptable para socavar a un gobierno elegido en las urnas.

No, el objetivo no era la figura metálica del héroe de la Guerra del Pacífico, sino algo mucho más profundo: incendiar todo lo bueno y lo malo que Chile logró construir en las últimas décadas, debilitar las bases de la convivencia democrática, hacer inviable la construcción de una sociedad común, en un país donde la derecha alcanza niveles de respaldo que para muchos resultan, sencillamente, insoportables.

Es tal el grado de descompensación que esta realidad provoca en algunos -más aún en esta década en que la derecha ha ganado dos elecciones presidenciales con mayoría absoluta- que desde la oportunidad abierta con el estallido social todo ha estado permitido: de destruir estaciones de Metro en zonas modestas a liquidar emprendimientos, trabajos y calidad de vida en el entorno de la Plaza Italia. Luego, cuando se sienten obligadas por alguna interpelación, las fuerzas políticas que desde el primer día han dado piso a todo esto recurren al expediente fácil de condenar en abstracto la violencia, pero inevitablemente develan sus intenciones al no estar jamás disponibles para ningún compromiso o responsabilidad que implique ayudar a enfrentarla.

De algún modo, este espacio vacío será desde ahora el símbolo de la derrota de una sociedad y un ciclo histórico, el homenaje ausente a una convivencia no condenada al odio y a la descalificación permanente, es decir, a una realidad que por un breve instante pareció posible. Esta ausencia convertida también en monumento nos hablará así del vacío de las instituciones, del orden público degradado, de un tiempo donde creímos que importaban los efectos que las acciones propias tienen sobre la vida de los demás.

Es innegable que el gobierno es aquí otro de los grandes derrotados por esta ausencia forzada; un gobierno que nunca tuvo la inteligencia y la capacidad política para garantizar el cumplimiento de la ley, el derecho a transitar libremente por el espacio público y a un uso de la fuerza legítima del Estado sin el fantasma de los abusos. Una realidad al final desquiciante a la que también ha contribuido un sistema de administración de justicia que, desde el primer día, ha asegurado grados no menores de impunidad.

En resumen, hoy este espacio vacío, esta estatua ya inexistente, rinde tributo a mucho del Chile que se fue para siempre; y quizás también, a algunas otras cosas del que pudo llegar a ser.

Publicada en La Tercera.

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