Terror en Lo Cañas

4 de Febrero 2022 Columnas

Ese es el título del último libro de la historiadora peruana Carmen Mc Evoy y el joven y prolífico historiador chileno Gabriel Cid. Ambos exploraron uno de los acontecimientos más escabrosos de la guerra civil de 1891 de una manera amena y muy bien documentada.

En resumidas cuentas, la matanza de Lo Cañas fue el crimen de un grupo de 40 jóvenes opositores políticos al bando del presidente José Manuel Balmaceda y que se transformó en un punto de inflexión en la guerra, polarizando a los bandos y también a la población.

¿Por qué fue tan relevante? ¿Cuáles fueron las razones del ensañamiento? ¿De qué forma cambió el curso de la guerra? ¿Cuál fue la reacción de la prensa? ¿Cuáles fueron las consecuencias? ¿Qué ocurrió después? Son solo algunas de las múltiples preguntas a las que Mc Evoy y Cid dan respuesta en este libro.

A mediados de agosto, un grupo de jóvenes aristócratas idealistas, opositores a un régimen que consideraba dictatorial, se pusieron de acuerdo para reunirse junto a un grupo de obreros en la Hacienda de Lo Cañas, con el fin de organizar la caída del presidente.

Entre los revolucionarios había periodistas, políticos, estudiantes, etc. Junto a su odio contra Balmaceda, los unía la edad, en promedio entre 20 y 25 años, y la nula experiencia con las armas que pretendían levantar contra el régimen anticonstitucional.

Según las declaraciones: “los montoneros portaban apenas 14 rifles, 3 Winchester, varios revólveres y municiones. Con ese parque militar debían destruir no solo el puente del Maipo sino los de los Morros, Paine, Angostura y Pirque, además de cortar los hilos telegráficos y telefónicos para dejar al gobierno en un estado de absoluta incomunicación”.

En eso estaban cuando fueron sorprendidos por el ejército balmacedista compuesto por 90 hombres de caballería y 40 de infantería, más baqueanos y la policía rural que estaban dispuestos a arrasar con todo, tal como sucedió.

Los testimonios dejan en evidencia un ensañamiento hacia los “futres”, como se denominaba despectivamente a la clase alta chilena, según se puede ver a continuación: “Entre las torturas se cuenta la mutilación de la lengua, las orejas y, aun, el pene. Los alaridos eran insoportables y resonaban en la inmensidad del bosque. Luego de la tortura, se iniciaron las ejecuciones, el despojo de las ropas de los fallecidos y el robo de sus pertenencias. A los que estaban escondidos se les agarró a sablazos y hachazos. Nadie en esa turba se opuso a la barbarie institucionalizada”.

Al mismo Balmaceda se lo acusó de haber dado la orden de fusilarlos a todos para que no pudieran conocerse los testimonios de las atrocidades cometidas por su bando.

Las razones que permiten intentar comprender esta brutalidad se entienden, como muy bien explican sus autores, en la experiencia de la guerra de quienes protagonizaron estos hechos. Una década antes, los mismos que se enfrentaron en la guerra civil de 1891 habían peleado juntos en el norte contra los peruanos y bolivianos y desde mediados del siglo XIX, en la “pacificación” de la Araucanía: “Solo reconstituyendo esta genealogía, el derrotero de aquella generación que terminó asimilando la violencia de la guerra hasta naturalizarla, creemos que hechos como Lo Cañas pueden ser inteligibles”, dicen los autores.

Finalmente, la invitación es a leer este libro y reflexionar respecto a cómo los valores que en algún momento unieron al país para ganar una guerra, en tan solo una década, fueron dejados de lado para terminar odiándose hasta buscar la eliminación y degradación del otro.

Publicada en El Mostrador.

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