Si no me acuerdo, no pasó

27 de Agosto 2023 Columnas

Esta semana, mientras las lluvias azotaban el sur y muchos compatriotas perdían todo, la Cámara de Diputados se dedicaba a debatir respecto del proyecto de acuerdo del 22 de agosto de 1973, en que el Partido Nacional y la Democracia Cristiana manifestaron que el gobierno de Salvador Allende estaba cometiendo actos inconstitucionales.

50 años más tarde, mientras se producía ese Déjà vu, en La Moneda un equipo sigue trabajando -liderados por Manuel Guerrero, sociólogo e hijo de una de las víctimas del caso Degollados- para generar una conmemoración del 11 de septiembre que esté a la altura de las circunstancias: estamos a medio siglo del momento en que se quebró la democracia, en que los chilenos nos convertimos en caníbales políticos y en el que una parte del país entendió que estaba bien torturar, desaparecer y asesinar a otros, escondiendo para siempre sus cuerpos, porque no eran compatriotas y ni siquiera seres humanos que merecieran, al menos, un funeral digno.

En paralelo, los recuerdos han ido surgiendo naturalmente, sin liderazgo político, pero sí intelectual, sobre todo desde la literatura y las editoriales, donde distintos historiadores, periodistas, analistas políticos y por cierto víctimas y sus familias, se han dedicado a levantar el tema, analizarlo desde diversas áreas e ideologías, pero todos confluyendo en un propósito común: sentar las bases para evitar que se repita un quiebre democrático en el país.

Alguna parte de esos textos miran lo que sucedió con otros ojos. Se trata de personas que no vivieron el golpe o que nacimos ya en dictadura. Incluso varios que llegaron a este mundo cuando ya estábamos en democracia. Y, sin embargo, si en algo hay coincidencia es en tratar de plasmar la memoria, con los recuerdos propios o de otros y otras, para que las nuevas generaciones sepan, entiendan y recuerden. Y del lado político que sea (sugiero leer por cierto el libro de Daniel Mansuy, a quien nadie podría tildar de izquierda, respecto del gobierno de Allende).

Pero en el metaverso parlamentario, en ese edificio poco porteño en el que nunca se sabe si es de día o de noche, el Partido Comunista decidió proponer un proyecto para que la Cámara de Diputados actual rechazara el acuerdo de agosto del ’73, argumentando que le ha servido a la derecha para justificar el golpe de Estado.

El paso del tiempo demostró que efectivamente aquello fue un ingrediente muy relevante para envalentonar a los militares y justificar, posteriormente, los horrores. Pero traerlo a votación 50 años después, no a modo de análisis o estudio, sino como forma de reivindicación solo sirvió para abrir un flanco innecesario.

A eso se sumó que una vez que las y los diputados opositores tomaron esa pelota que daba bote, la izquierda escogió el peor momento para llegar tarde a la sesión. Entonces, el PC logró algo impensable en los últimos meses: unir a Evopoli, RN, la UDI y el Partido Republicano, lejos de sus peleas internas, en torno a un solo fin: lograr que se leyera completo el acuerdo del ‘73 y se aprobara nuevamente íntegro, como si nada hubiera pasado en Chile después de eso.

Pero sí pasó, aunque algunos todavía lo nieguen. Y el Estado de Chile fue muy serio en el trabajo para establecer oficialmente la verdad de la dictadura, tanto en el Informe Rettig como en el Valech I y II. Y aquello, en un país que se precie de humano y civilizado, debiera ser suficiente para dejar de debatir lo que ya sucedió y olvidar las cancelaciones mutuas, a cinco décadas de los hechos. Aquello solo sirve para cancelarse unos a otros y evitar el aprendizaje histórico.

Porque el futuro no pasa por cerrar los ojos, gritar “la,la,la” bien fuerte para no escuchar al otro y seguir discutiendo un acuerdo que sucedió hace 50 años, sin saber de lo que seríamos capaces los propios chilenos ni cuánto daño podíamos hacernos. Si volvemos a repetir la historia, si cada uno la escribe desde su propia trinchera, sea la ideología a ultranza o el negacionismo, nunca tendremos una memoria sana, necesaria y reparadora. Así, condenaremos a nuestras hijas, hijos o nietos, a volver sobre los mismos horrores. Pues, como dice la canción, si no me acuerdo, no pasó.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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