Resurrección

24 de Marzo 2024 Columnas

En una semana más, el mundo cristiano estará celebrando la resurrección de Dios hecho hombre, luego de un doloroso Vía Crucis que culmina con la muerte de Jesús y su posterior vuelta hacia la vida eterna.

Esa visión y la alegría con que se recibirá en iglesias y templos esta conmemoración, contrastará, sin embargo, con la realidad que están viviendo los más de 21 mil damnificados por el megaincendio de febrero, que están sufriendo su propio calvario y que precisamente al término de la celebración religiosa, estarán cumpliendo dos meses desde que perdieron su hogar y a sus seres queridos.

En medio de la vorágine que ha significado el intentar levantarse y comenzar de nuevo, las más de ocho mil familias afectadas en Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana, se aprontan a cumplir sesenta días viviendo en carpas -pese al frío que ya se instala en las noches- y resguardándose del calor en toldos azules que permiten identificar a la distancia las zonas arrasadas por el fuego. Pese a que se trata de una superficie de alrededor de nueve mil hectáreas -algo así como el terreno que ocupa Puente Alto-, aquellos techos del mismo color parecen uniformar un sufrimiento compartido.

Lamentablemente, no se trata de una situación extraña en nuestra región. Prácticamente todos los años, con mayor o menor extensión, basta con que comiencen las altas temperaturas para que los incendios sean casi diarios. Aunque el caso del siniestro de 2024, se trata de una de las tragedias más grandes en la historia del país, lo cierto es que cada verano, se conjugan sí o sí los elementos “malditos”: calor, viento, desorden urbanístico y en algunos casos, pobreza, dando lugar a las tragedias que todos conocemos.

Pese a aquello, todavía no existe una preparación que permita, por una parte, actuar con mayor rapidez y agilidad ante las emergencias. De hecho, una vuelta por Valparaíso muestra que tras el incendio de 2014 los mismos sectores quemados y sin vías de acceso adecuadas, volvieron a poblarse de la misma manera.

Aquella falta de previsión también se manifestó ahora en el desorden en la evacuación de afectados. Los celulares no paraban de sonar, pero nadie sabía hacia dónde arrancar. Aquella dinámica, que se creó luego del desastre de los tsunamis en 2010, permite que en caso de maremoto la ciudadanía evacue rápidamente, pues es obvio que deben dirigirse a los sectores más altos y alejados del mar. ¿Es posible que a nadie se le ocurra que en el caso de un incendio de magnitudes es necesario explicitar hacia dónde se debe ir? Precisamente, porque muchos de quienes fallecieron producto de las llamas intentaron arrancar hacia los cerros, donde terminaron rodeados por el fuego.

Insólito es además que tampoco exista un protocolo concreto y rápido en materia de reconstrucción o al menos de facilitar viviendas de emergencia a los damnificados. De hecho, ni siquiera lograron cumplir la meta autoimpuesta por el gobierno, de llegar hoy, domingo 24 de marzo, a tener instaladas mil doscientas casas provisionales. No llegaron ni a la mitad.

Entre medio, las discusiones han sido constantes y álgidas en el Congreso. La explicación del ministro de Vivienda, Carlos Montes, respecto de la forma en que se podría reconstruir y la posibilidad de que aquello incluya expropiaciones, generó aún más incertidumbre y molestia en los afectados. En momentos en que lo que se necesita es lo contrario.

Entre los dimes y diretes, la burocracia del Estado y de los gobiernos locales se ha hecho difícil el avance y se ha generado un estado de ansiedad constante en los damnificados. Aquello no se entiende, considerando la habitualidad con que se generan los siniestros, para lo cual no hay capacidad de prevención ni de acción rápida. Insólito considerando que solo entre 2000 y 2022, según mediciones de la Conaf, la Región de Valparaíso ha sido afectada por más de 18 mil incendios de diverso alcance y gravedad.

En este escenario, la ministra de Desarrollo Social, Javiera Toro, se refirió esta semana al plan de reconstrucción, asegurando que este se enfocará precisamente en la prevención, entre otras materias. Aquello permitiría pensar en que la próxima Semana Santa pueda simbolizar el inicio de una resurrección colectiva de las familias afectadas, que puedan comenzar a visibilizar en el futuro próximo, ante la incertidumbre, el frío y la cercanía del invierno, una posibilidad de volver a la vida y comenzar de nuevo.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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