Recuerdos de Limache

28 de Marzo 2021 Columnas

Hace ya algunos días, la Corte Suprema declaró admisible el recurso de protección interpuesto por un grupo de vecinos, liderados por Gastón Soublette, en contra del proyecto inmobiliario que se pretende construir en la ciudad de Limache. La medida fue apoyada por el alcalde Daniel Morales, quien solicitó la revisión y análisis del proyecto. Ambas son buenas noticias, que debemos seguir de cerca, antes de que aparezca un edificio de la noche a la mañana como ha ocurrido en otras partes.

Aunque el camino fácil es demonizar a las inmobiliarias, este tipo de problemas surge cuando el apetito insaciable de estas empresas se combina con planes reguladores desactualizados y el deseo natural de querer modernizar las ciudades, sin tener en cuenta el potencial de cada una.

Basta ver la fiebre de slogan que tiene cada una de ellas como reflejo de que las agencias de publicidad están más preocupadas de la forma que del fondo. Hace un tiempo, en la entrada a la ciudad, había un cartel que daba la bienvenida a “Limache, siempre entretenido”, mientras que ahora, la Municipalidad luce el slogan: “Ciudad en Movimiento”.

No soy un experto para decir qué es o qué no es Limache, sin embargo, en las oportunidades en que hemos conversado con amigos sobre la ciudad, hemos coincidido en que todos quienes somos de la región, tenemos gratos recuerdos asociados a ella, que no tienen que ver ni con su capacidad para entretener, ni de estar en movimiento.

En mi caso particular, la conexión con Limache está directamente relacionada con las visitas a mi abuela y primas. A veces en auto, cuando el paseo era en familia, otras en tren o bus, cuando iba solo o con mis hermanos.

Cuando el viaje era en tren, pasar las estaciones habituales como Quilpué o Peñablanca ya era una aventura porque nos acercaba a Queronque: una localidad que nadie ubicaría de no haber sido por el trágico accidente que marcó la historia ferroviaria del país, el 17 de febrero de 1986. Aunque en ese momento uno lo miraba con el morbo e ignorancia infantil, después de muchos años pude dimensionar la magnitud de la tragedia: más de cincuenta muertos y un centenar de heridos de gravedad. Además, implicó el fin del tránsito de trenes de Valparaíso a Santiago.

Al llegar a la estación, esta aparecía “adornada” con los tradicionales buses de Agdabus, Ford de los sesenta, que te llevaban a Olmué o te podían acercar a alguna calle próxima a la Avenida Urmeneta, a cambio de romperte la columna.

Después del accidente de Queronque, durante meses, viajar en tren parecía un peligro, por lo que no quedaba otra que tomar un bus “Dinos” en la Avenida Errázuriz o Uno Norte. Buses grandes que alguna vez fueron cómodos, pero que lograban transportar una gran cantidad de personas a altas velocidades. En las horas peack, si dar con un asiento era difícil, encontrar uno en el que el sistema para reclinarse no estuviera malo, era imposible.

Cerca de la estación de trenes, está la Comisaria de Carabineros. Por ahí circulaba uno de esos personajes sacados de Cinema Paradiso: “El loco Cofré”, que de loco tenía muy poco. Había bautizado a su perro como Pinochet, lo que le daba la opción de insultarlo frente a la autoridad policial, sin que pudieran hacerle nada. Aunque el perro no entendía por qué lo retaban, todos sabían a dónde iba con sus ofensas.

Eran tiempos donde no existía cornershop, ni delivery, ni tarjetas de crédito, solo una lista de fiados en la verdulería de al lado, que se pagaba al final de la semana. Si el presupuesto daba, mi abuela me permitía algunos lujos reservados a las visitas: una botella de Free de litro y medio y una cassata para el postre. Si la compra era mayor, había que ir a la Avenida Urmeneta, donde “El lechuga”, apodo que, decían, se había ganado el dueño del local por fresco.

A pesar de que estoy hablando de los ochentas, recuerdo que todavía la leche se repartía en una carreta que llevaba grandes bidones de metal. La entrega era acompañada por discusiones de mis primas con el “Pelado Maldonado” a quien le recriminaban vender más agua que leche.

Cerca de la casa de mi abuela estaban los “Donalds”, un local de flippers y juegos de video. Aquí se iban los ahorros de la semana en pocos minutos, pero la oportunidad de jugar fútbol en una máquina o ir de paseo en un simulador arriba de un Ferrari con una rubia al lado, era una experiencia impagable. Junto a las máquinas y como parte de inventario estaba el “Guatón Willo”, un personaje que tenía entre sus escasas virtudes, agarrar la manilla del juego de fútbol con la boca y hacer goles con ella…faltaban varias décadas para el coronavirus.

Más allá de los innumerables personajes y recuerdos que puede tener asociado cada uno sobre Limache y aunque la ciudad obviamente ha cambiado y se ha modernizado bastante, la avenida Urmeneta se mantiene incólume. En ella, las maravillosas sombras que proyectan sus plátanos orientales aparecen como la columna vertebral de la ciudad. Cualquier intervención poco armónica, como un edificio, es hacerle un grave daño al patrimonio tangible e intangible de un lugar que, además de ser una excelente opción para vivir, permanece vigente en el recuerdo de todos quienes alguna vez tuvimos la suerte de visitarla.

Publicada en El Mercurio de Vaparaíso.

 

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