Quilpué y el inicio del fin

31 de Enero 2022 Columnas

Hace ya algún tiempo que Carmen Mc Evoy y Gabriel Cid vienen removiendo la historiografía chilena y peruana con excelentes investigaciones y reflexiones. Aunque especializados en la guerra del Pacífico, en su última publicación, “Terror en Lo Cañas”, decidieron extender su marco temporal a la guerra Civil de 1891 para abordar la tortura y crimen de 40 jóvenes ocurrida en las cercanías de la capital y que fue cruelmente ejecutada por las fuerzas balmacedistas.

Aunque el tema principal es lo sucedido en Lo Cañas, la investigación aborda pasajes interesantes que vuelven a ubicar a nuestra región como un lugar fundamental en este conflicto que vale la pena revisar.

De acuerdo a Mc Evoy y Cid, un momento clave en esta guerra fue lo ocurrido en Quilpué. Hasta esa ciudad llegó el presidente José Manuel Balmaceda a reunirse con su alto mando, a pocas horas de que su ejército sufriera su primer revés importante en Concón:

“Quilpué exhibió toda la brutalidad que la guerra le deparaba a los derrotados. Copado de cadáveres insepultos, que correspondían a los heridos trasladados por sus compañeros y que habían fallecido desangrados, poblado de soldados aterrados que veían al enemigo por todos lados, la última parada del presidente Balmaceda reflejó el horror de una guerra civil que, tal vez lo pensó en esa última parada macabra, pudo evitarse”, señalan los autores.

Quizás fue en Quilpué el lugar donde empezó a circular en la mente del Presidente la idea de quitarse la vida. A la responsabilidad política que le cabía por haber tomado un curso propio en la disputa con el Congreso, se sumaba su complicidad en el crimen de los jóvenes en Lo Cañas y ahora el desastre de sus fuerzas en Concón.

Mc Evoy y Cid exponen las diversas versiones de lo que sucedió realmente en la “ciudad del sol”. Algunos dicen que desestimó los telegramas en los que sus generales daban cuenta del desastre y por esta razón los opositores lo caricaturizaron como un personaje completamente desconectado de la realidad. Otros dicen que huyó apenas las fuerzas enemigas aparecieron en el horizonte, pero lo cierto es que regresó a la capital donde, al llegar, pasó desapercibido por los transeúntes.

Paralelo a estos hechos, las fuerzas comenzaban a mover sus piezas para el desenlace final. En este escenario, insisten los historiadores: “El avance hacia Quilpué era decisivo. No solo porque interrumpía las comunicaciones entre Santiago y el puerto, sino porque también obligaría a las fuerzas balmacedistas a abandonar sus posiciones en Valparaíso en la creencia de que el enemigo se dirigía a la capital”.

En este contexto, el movimiento de tropas se vio afectado por una lluvia torrencial el 25 de agosto de 1891, que obligó a las fuerzas congresistas a concentrarse en la hacienda Las Palmas. En este lugar, actualmente ubicado en el camino Lo Orozco, se enteraron de los horribles acontecimientos ocurridos en Lo Cañas. Mientras los congresistas encontraban un motivo más que justificaba su causa, los balmacedistas empezaban a desertar asumiendo la pronta derrota. Así, hasta que llegamos al 27 de agosto, cuando ambos ejércitos se encontraron en la trágica batalla de Placilla que puso fin a este conflicto a favor del Congreso.

El escarnio público con los cadáveres de los generales de la guerra del Pacífico fieles a Balmaceda, José Miguel Alcérreca y Orozimbo Barbosa, solo se explica en este contexto más amplio en el que profundizan Mc Evoy y Cid, de una generación marcada o, más bien, embrutecida por las campañas del sur y del norte.

Los mismos que aplaudieron sus hazañas del ´79, recibían con vítores la llegada al puerto de la carreta de basura que transportaba a ambos cadáveres de los generales desnudos. Después de los oficiales, venía el turno de los defensores del régimen presidencial. En estas páginas relatamos el trágico final del periodista Rodolfo León Lavín. Junto a él, las cifras dan cuenta de cerca de 300 cadáveres desperdigados por las calles del puerto, un panorama desolador que iba acompañado por el hedor de los 1430 cadáveres que fueron incinerados en Placilla.

Horrorizado, arrepentido o quizás inconsciente del daño que había causado al país, el presidente José Manuel Balmaceda intuyó que su destino podía ser similar al de los héroes de la guerra del Pacífico y prefirió evitar las vejaciones con una bala que le quitó la vida. A pesar de todo, la reconciliación ocurrió pronto y con ella, el olvido de estos hechos macabros.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Redes Sociales

Instagram