- Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
- Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
- Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
- Periodista y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
¿Quién quemó el metro?
Gonzalo Serrano
Un año antes de que surgiera la existosa película Matrix, en 1998, se estrenó la película Dark City, que pasó casi desapercibida. No recuerdo si la vi en el cine Arte o en el palacio Rioja, pero sí que el argumento central era el de una ciudad ficticia que está siempre a oscuras. Sin que sus habitantes lo sepan, han sido secuestrados por un grupo de alienígenas que no pueden ver el sol y que ocupan este espacio para aprender nuestras formas de vida. A las 12:00, los humanos son dormidos y luego despiertan, sin saber que la ciudad siempre está a oscuras y que viven una ficción.
Pienso en Dark City a propósito de una nueva conmemoración del 18 de octubre de 2019. Ese día se quemó y destruyó medio centenar de estaciones del metro, servicios públicos y se agredió a la fuerza pública. Todo parecía ser parte de una revancha contra los poderes fácticos, un sistema opresor y un capitalismo desbordado. El día en que “Chile despertó”.
Después de cuatro años, da la sensación de que la mayoría que justificó esa violencia como necesaria para llevar a cabo los cambios, hoy toma distancia y rechaza la destrucción que se vivió esos días.
A pesar de esta mirada crítica, no pareciera existir la suficiente conciencia de lo que sucedió y la gravedad que implica que se haya quemado el Metro. Más aún cuando lo que se incendió fueron aquellas estaciones de los sectores más vulnerables y donde la llegada de este medio había sido un esfuerzo por dignificar estas comunas.
Así lo destaca en sus “Notas de Memoria”, Óscar Guillermo Garretón, que fue presidente de esta institución: “El metro no solo es un mejor medio de transporte; es un constructor de mejor democracia. Por eso me horrorizó la destrucción de 13 estaciones, en la asonada de octubre de 2019 que dio origen al llamado “estallido”. Además del saqueo de sus servicios, otras 37 estaciones con daños intermedio, 89 con daño menor, no dañadas solo 18, y 6 trenes destruidos significaron un costo total de U$255 millones (...) Significó una declaración de guerra a los más pobres que lo usan, a la cultura, a la nación chilena”.
A esas alturas, no había interés en entender a Sebastián Piñera cuando dijo que estábamos en guerra. Visto a la distancia, ninguna capital desarrollada ni semidesarrollada puede aceptar un acto como este, sin considerarlo como un atentado terrorista y sin ponerse en situación de guerra.
Un ataque así no sucede por casualidad, tal como lo explica el mismo Garretón:
“Si soy sincero, por lo que conocí de Metro en los años que fui su presidente y por los antecedentes recogidos de su destrucción, me es inimaginable que se tratara de acciones “espontáneas” sin organización previa. No tengo pruebas para avalar lo que digo y no sé si alguien las tiene. Pero abrigo la íntima convicción de que fue una acción premeditada y bien organizada para provocar un clima de desestabilización (...) Su destrucción fue una acción de guerra contra Chile, contra su pueblo, contra su democracia”.
En esta misma línea, los periodistas Josefa Barraza y Carlos Gutiérrez llevaron a cabo una investigación periodística y forense en un libro que se titula “¿Quién quemó el metro?”. Y aunque les resulta imposible dar con los responsables, llaman la atención sobre la actitud que ha tenido la justicia a favor de cerrar los casos y de la prensa por terminar obviando estos hechos: “¿Pareciera que a nadie le importa quiénes fueron los verdaderos responsables de la quema del metro?”. Tal como lo demuestran, fueron demasiadas las fallas en los sistemas de seguridad, en las investigaciones y resultados como para no elucubrar que hay algo más.
A pesar de eso, la mayoría de los chilenos, como los habitantes de Dark City, lejos de haber despertado el 18 de octubre, pareciéramos habernos dormido y vivir tranquilos sin saber qué ocurrió realmente ese día.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.