Presidios ambulantes

24 de Marzo 2024 Columnas

Si usted cree que el problema de la seguridad es nuevo y patrimonio de este gobierno, lamento comunicarle que está mal informado. La delincuencia y los crímenes siempre han estado presentes en nuestra vida republicana. Asimismo, la necesidad de poner atajo, de castigar a los criminales por los delitos cometidos encerrándolos en la cárcel en recintos que siempre están saturados.

La diferencia está en las proporciones y el rol que juegan los medios en la difusión de los delitos. Hace 200 años, aproximadamente, el problema era el mismo en ciudades pobladas como Valparaíso.

En esa época, el desprecio por los condenados no era muy distinto al que existe en la actualidad, como también la molestia que genera la obligación de mantener a un reo.

Diego Portales, con su ingenio habitual, quiso matar tres pájaros de un tiro. El primer problema, ya lo dijimos, era la saturación de las cárceles. El segundo, mantener a los presos y el tercero, otro mal permanente, el pésimos estado de las calles. La solución: presidios ambulantes, verdaderas jaulas en las que se transportaba a los presos hacia los caminos más estropeados, para que los criminales pagaran con trabajo sus culpas y se hicieran merecedores de un sustento diario.

La medida resultaba popular y parecía ser otro acierto del impetuoso ministro, pero no funcionó bien en la práctica. Los más sensibles consideraban que era un trato inhumano exponer a los reos como si fueran ferias de circo tras las rejas, a vista y paciencia de los transeúntes. Sin embargo, había otros problemas más importantes que la sensibilidad de algunos.

Uno, que los condenados no se esforzaban mucho en su trabajo y al poco tiempo las autoridades se dieron cuenta de que los caminos estaban peor que antes. Alguno tuvo la idea de transformar el trabajo forzado en uno remunerado, aunque sin mucho apoyo.

No obstante, la dificultad más relevante fue poder ejercer un control efectivo sobre los presos cuando salían de sus jaulas a “arreglar” los caminos. Por citar un caso, un 23 de marzo, pero de 1841, El Mercurio de Valparaíso informaba de un alzamiento ocurrido en Peñuelas. Dos reos pidieron permiso para ir al baño y, al regreso, atacaron con piedras a los centinelas, provocando el levantamiento de algunos de sus compañeros. 35 guardianes y 122 reos, pero solo un grupo participó en la refriega. Según el reporte del comandante, la tropa a su mando actuó con valor, a excepción de un solo individuo: “que huyó cobardemente desde el principio de la acción”. La lista de muertos era de 26 personas, 7 los heridos y 20 los prófugos.

Aunque la exposición que sufrían constituía un maltrato, igual existía una preocupación por su mantención, tal como se desprende de los avisos para hacerse cargo de su alimentación, que incluía: 500 grs. de frijoles, 50 grs. de grasa, 1 ajíes, 20 grs. de sal, carne dos veces a la semana en reemplazo de los porotos, dos panes diarios y, para los enfermos, arroz cocido. A la comida se agregaba leña y velas.

Esta preocupación y esfuerzo no fueron suficientes y el gobierno, a raíz de los grandes inconvenientes que ofrecía el presidio ambulante, decidió llevar a cabo la construcción de una nueva cárcel donde se promoviera la instrucción religiosa y el aprendizaje de oficios. De esta forma, decían, se evitaban sufrimientos que exasperaban a los presidiarios en estas cárceles, donde, lejos de encontrar algún estímulo que despertara en ellos el arrepentimiento, terminaban corrompiéndose aún más. Así, y luego de 11 años, más específicamente, en 1847, se puso fin a la idea de los presidios ambulantes que ideara Diego Portales.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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