Pienso, luego soy mujer

8 de Marzo 2024 Columnas

La frase “pienso, luego existo” o “pienso, luego soy” (Je pense, donc je suis) fue inmortalizada por el filósofo francés René Descartes en su famosa obra Discurso del método publicada en 1635. Según Descartes de lo único de lo que no se puede dudar es justamente de que dudamos, por lo tanto, el ejercicio lógico que él planteó fue: si dudo, pienso, y si pienso, entonces existo (soy). He tomado prestada esta célebre frase para titular esta columna y, a continuación, explicaré por qué.

Para comenzar, la proposición de Descartes es el primer principio del conocimiento, pues alude a que los seres humanos somos conscientes de nuestra existencia gracias a que cuestionamos el mundo, es decir, a que tenemos raciocinio, cualidad que nos diferencia del resto de los animales. Sin embargo, aunque esta sentencia parece ser una obviedad, lo cierto es que no lo ha sido en varios momentos de la historia de la humanidad. Uno de esos momentos es el actual, cuando el “ser”, antecedido por el “pensar”, ha devenido en una relación discutible. Sin ir más lejos, la célebre frase de Descartes podría ser reemplazada hoy en día por: “siento, luego soy”, debido a que la emoción se ha erigido por sobre el raciocinio, y se ha convertido en el gran motor que regula y determina si somos o no (y qué somos y qué no).

El título de esta columna tiene directa relación con lo que acabo de señalar. Es común que por el solo hecho de ser mujer (para colmo, dedicada a la academia y, en gran medida, a la historia y escritura de las mujeres) se me adjudique un cierto tipo de pensamiento, poniéndose en jaque el planteamiento de Descartes. Si bien lo lógico es que yo primero piense (pues soy ante todo un ser humano), y luego sumemos todo lo demás, hoy se asume que porque yo soy mujer entonces debo pensar de una determinada manera, por ejemplo, que debo defender necesariamente las ideas feministas. Es común que mujeres reconocidas en el espacio público (intelectuales, políticas, actrices, cantantes, etc.) afirmen en los medios y redes sociales que son feministas como lo son “todas” las mujeres. Pero ¿qué derecho tienen de apropiarse con exclusividad el término “feminismo”? ¿y qué derecho tienen para determinar cómo piensa cada mujer? Una afirmación como esa no solo es una equivocación, sino además una negación de la capacidad de pensar de cada mujer.

Las políticas iniciadas en el siglo XIX, defendidas y promovidas por liberales, tales como Harriet y John Stuart Mill, en favor de que a las mujeres se les considerase ciudadanas e iguales ante la ley, hoy parecen haber perdido sus estribos. Algunos feminismos extremos del siglo XXI no solo no toleran a aquellas personas que no se adhieren al feminismo, sino que ni si siquiera respetan otras versiones del feminismo, tomándose incluso el derecho de determinar qué deben y no deben pensar las mujeres. Por lo que siguiendo esa perspectiva, si no pienso ni expreso que los hombres son mis enemigos, no soy (mujer), no existo.

Un fenómeno parecido se da respecto a la raza y condición sexual, de tal modo que una persona de raza negra que se opone a que las personas de su mismo color de piel reciban privilegios, es considerado un traidor; o bien, un homosexual que se opone a una política de educación sexual estatal obligatoria para los niños, es un desertor. Yo me he preguntado múltiples veces: ¿No se luchó desde el siglo XVIII justamente por lo contrario? ¿No se derramó sangre ni se hicieron enormes esfuerzos para establecer la democracia y promulgar el derecho a pensar y expresarnos libremente? ¿Por qué hemos retrocedido siglos? ¿Por qué hemos vuelto atrás?

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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