¿Oportunidad o salto al vacío?

30 de Diciembre 2019 Columnas

El Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución del pasado 15 de noviembre marcó un punto de inflexión en los eventos que se iniciaron el 18 de octubre. Estableció un mecanismo para redactar una nueva Constitución, lo que permitió bajar las tensiones con una mirada de largo plazo focalizada en la Carta Fundamental. Así, quedó trazado el camino que conducirá a su redacción a partir de una “página en blanco”, dependiendo de si el 26 de abril del próximo año ello se aprueba o rechaza en un plebiscito.

Para diversos sectores de la centroderecha, luego de las reformas de 2005 promulgadas por el Presidente Lagos, la Constitución vigente había logrado legitimarse. Asimismo, como había sido la carta de navegación sobre la cual el país había logrado alcanzar un internacionalmente reconocido lugar de privilegio en la región, no era necesario sustituirla sino, a lo más, modificarla. Sin embargo, en paralelo, en la centroizquierda se fue consolidando el convencimiento de que no era posible introducirle cambios sustanciales a una Constitución cuyo origen en dictadura la hacía además carecer de legitimidad. Este problema se pudo haber evitado si la derecha, de verdad, hubiese tenido la voluntad de introducirle cambios a la Constitución actual. Así, estas dos visiones han sido otra manera de manifestarse el antiguo clivaje del “Sí y el No”, alrededor del cual ha reverberado la política chilena en los últimos decenios.

Pero además, el movimiento iniciado el 18 de octubre reveló una fractura generacional en el país. Las nuevas generaciones criadas en democracia han vivido en un país radicalmente distinto al de sus padres. Disminuyó fuertemente la pobreza, aumentó la cobertura educacional, especialmente la de educación superior, y surgieron crecientes capas de clases medias con expectativas de vida muy superiores. Para esas generaciones, las experiencias pasadas no tienen el mismo peso que tuvieron para las antiguas. Asimismo, son ellas las que van a construir el país del futuro. De ahí que para la centroderecha oponerse a una nueva Constitución puede otra vez reconstruir un clivaje, esta vez en torno a “Apruebo” o “Rechazo”. Eso podría dejarla en el lado incorrecto de ese futuro, como la fuerza política que se opone a los cambios y que solo está dispuesta a erigir diques de contención.

Aun así, la opción “Rechazo” es tan legítima como la opción “Apruebo”. Para muchos cercanos a la centroderecha, escoger “Rechazo” indica que su oposición es a un cambio constitucional a partir de una “página en blanco”, pero no a reformas constitucionales puntuales que el tiempo haya mostrado necesarias. Arguyen que de ganar la opción “Apruebo” por mayorías aplastantes, se abriría el camino a una Constitución “maximalista”, plagada de artículos que limitan el derecho de propiedad, pero generosa en “derechos” infinanciables, aprovechando la “marea” reformista que esa aplastante mayoría estaría implícitamente aprobando. Dicen que eso conduciría al país al despeñadero. En otras palabras, la opción Apruebo sería “un salto al vacío”.

Si bien ese riesgo existe, ese razonamiento conduce en una dirección política inadecuada. El verdadero debate no se producirá en el plebiscito de entrada, para el que todas las encuestas indican que la opción “Apruebo” tiene la mayor probabilidad de ganar. Se producirá al interior de la Convención Constituyente, al momento de redactarse. Ahí se deliberará respecto del contenido de la nueva Constitución, y se resolverá —y ese es un elemento central— según el consenso de dos tercios de sus integrantes.

Para conseguir que más de dos tercios de los constituyentes concuerden respecto de los nuevos preceptos constitucionales, estos deberán ser razonables, deberán incorporar los temas que todas las Constituciones deben tener —las normas para distribuir el poder y los derechos fundamentales— y no quedará mucho espacio para el florecimiento barroco de la imaginación. Por lo tanto, es en la elección de la Convención Constituyente donde será necesario desplegar ante la ciudadanía todo el arsenal argumentativo que conduzca a su sana redacción. Ello se conseguirá de mejor manera si se tuvo una actitud constructiva durante el plebiscito de entrada que haciendo lo contrario. ¿Cómo se persuade a la población a votar por constituyentes que representen a la centroderecha si esta se opuso a que hubiera constituyentes inicialmente? Es posible que una nueva Constitución no signifique cambios sustanciales en la vida cotidiana de los chilenos. Es posible, también, que algunas de las nuevas disposiciones no sean las más convenientes. Pero a pesar de las visiones catastrofistas, para la centroderecha es mejor la opción “Apruebo” que “Rechazo” en el plebiscito de entrada. Es mejor argumentar como si el futuro fuese una oportunidad que como un salto al vacío. Es mejor transformarse en un protagonista del futuro que en un opositor a él. Especialmente si se quiere conquistar a las nuevas generaciones a su ideario.

*Escrita junto a Álvaro Fisher.

Publicada en El Mercurio.

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