Niñería, vergüenza o delito

18 de Junio 2023 Columnas

“No siento vergüenza. Puede haber sido un tema ético”, dijo el diputado de Renovación Nacional Miguel Mellado, al finalizar una semana en la que probablemente tuvo más exposición en los medios que durante toda su gestión. Y no precisamente porque su trabajo haya sido destacable. Por el contrario, su aparición pública fue por mostrar una falta brutal de criterio y, luego, varias explicaciones que, en vez de arreglar la falta, solo la empeoraron.

La actuación del parlamentario al grabar parte de una conversación privada del presidente Gabriel Boric con congresistas del Biobío y la Araucanía en su residencia de Cerro Castillo, y luego darla a conocer a los periodistas, fue realmente vergonzosa. Y con ella, una vez más salta a la vista que hay quienes piensan que el fin justifica los medios o, simplemente, que no piensan en lo absoluto antes de actuar.

Aunque los límites entre la vida privada y pública, al menos en términos legales, son claros y su transgresión no se justifica fácilmente, parece que Mellado no se enteró que hay una parte de nuestra existencia que compartimos solo con algunos pocos, en lugares que no son de libre acceso al público y en materias que no queremos que sean conocidas por todos. Aquello está resguardado en varios cuerpos legales, en este caso, en el artículo 161 A del Código Penal, que castiga a quien por cualquier medio capte conversaciones privadas en lugares particulares que no son abiertos al público. Por lo mismo, la Fiscalía se encuentra analizando si los hechos en que se involucró Mellado pueden configurar derechamente un delito.

En esa línea, el show que esta semana protagonizó el diputado superó todos los límites. Si bien todos saben que cuando hay reuniones en las que participa más de una persona, sobre todo en política, es obvio que algo de aquello se filtrará a los medios, sobre todo porque conocer esas materias es parte también de la fiscalización de los periodistas al poder, muy distinto es grabar el contenido de dichas conversaciones para darlas a conocer íntegras y sin consentimiento de sus protagonistas.

Pero al escuchar las explicaciones de Mellado quedó claro que algo en el desarrollo de su adultez falló, aun cuando tiene más de sesenta años. Porque cuando los medios publicaron el material que él entregó, fue uno de los primeros en salir a lamentar que alguien hubiese “quebrado las confianzas” con La Moneda. Pocas horas después, tuvo que reconocer había sido él mismo. Y aclaró que no le daba vergüenza. Insólito.

La palabra “arrepentimiento”, de hecho, no estuvo presente en sus palabras. Incluso, en una muestra del conocido dicho “miente, miente, que algo queda”, aseguró que en sus actos no había falta a la verdad, sino problemas “éticos”; aclaró que le pedía disculpas al presidente Boric, pero que no renunciaría a su cargo, pues se “debía” a los ciudadanos de la Araucanía, y terminó reiterando que no mintió, sino que fue “impreciso”, cuando desconoció haber grabado lo que grabó.

Y para agregar más pelos a la sopa, vino entonces el arranque de infantilismo para intentar aclarar -el que explica se complica, dice el dicho- lo que había sucedido, aduciendo que “llegué tarde a la reunión, no estuve presente cuando dieron las instrucciones de no grabar”, como si fuera absolutamente normal poner “rec” cuando uno está en un encuentro privado. Luego, advirtió que quería guardar el material para “cobrárselo” al mandatario en seis meses más, de manera de resguardar que las promesas se cumplieran, además de que lo entregó a la prensa dado que fue requerido por periodistas. Y, por último, que apenas grabó diez minutos de un encuentro de más de tres horas. ¿Aquello permite entonces la falta de criterio?

Aunque algunos tildaron la actuación maquiavélica, descriteriada y vergonzosa como “niñería”, a lo que quizás podríamos estar acostumbrados con varios de los “honorables”, lo cierto es que el parlamentario se pasó “varios pueblos” con sus dichos y explicaciones, pasando de lo infantil a lo probablemente ilegal, aunque para él “solo” haya sido “antiético”.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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