Narcos, cultura y consumidores

23 de Enero 2024 Columnas

Los pensamientos deambulan. Son los flujos mentales retratados por Joyce y Woolf. Le damos vueltas a algo y de pronto estamos en asuntos muy distintos. Pasa también en los debates públicos. Pero aquí el deambular asociativo es problemático porque se termina confundiendo peras con manzanas. Ello ocurrió en las últimas semanas: un debate sobre Viña y Peso Pluma se transformó en otro sobre narcotráfico, e incluso en uno sobre la responsabilidad de los consumidores de drogas. Distingamos.

La narcocultura incluye los elementos propios de toda subcultura: formas de concebir el mundo, gustos, hábitos, códigos de comportamiento y estatus, simbologías, místicas, estilos de vestir, historias, héroes, géneros musicales (narrativos, tipo literatura) como el de Peso Pluma y, por supuesto, el tráfico y uso de drogas. Todo ello es un locus de autoidentificación. Como otras subculturas, es disruptiva. Más allá de los gustos propios, lo socialmente problemático es su valoración apologética de la violencia. ¿Qué hacer? ¿Prohibir? ¿Censurar? Ridículo. Además de ser una intromisión inaceptable, no sirve: así se fija la atención en lo que se niega y se refuerza el deseo de transgredirlo. Solo se puede incidir indirectamente con intervenciones educativas y comunitarias.

Aunque hay traslapes, el narco es otra cosa. No es solo tráfico, sino extorsiones, trata de blancas e inmigrantes, secuestros y todo lo que estamos aprendiendo a la fuerza. Hay muerte, violencia, y un riesgo real a la institucionalidad. Nuestras autoridades se pueden jactar de que no somos Ecuador, pero estamos lejos de lo que éramos. Hace 30 años mirábamos incrédulos que en Brasil había Favelas a las que no entraba la policía y hoy entre 1 y 4 millones viven en barrios a los que carabineros no ingresa. ¿Se debe hacer algo? Obviamente. De lo que se haga (o no se haga) depende nuestro futuro.

Los consumidores alimentan al narcotráfico. Pero si nadie consumiera, en vez de ir a tomar té con sus abuelitas los narcos profundizarían sus otros negocios. Las drogas han acompañado a la humanidad. En Roma el opio no podía faltar en casa y por eso se regulaba su precio. El enfoque prohibicionista es nuevo. Con excepción de China (que prohibió el tabaco en 1639, y sin éxito el opio en 1810), se empezó a imponer recién en los primeros decenios del siglo XX. Con más de 50 años en EEUU sabemos que la “guerra contra las drogas” no se gana. Otros países lo consideran asunto de salud pública. Mientras que los defensores abogan por no patologizar a los usuarios. ¿Se puede hace algo? Por supuesto. Para empezar, educar, despenalizar (regulando) las drogas que no sean más dañinas que las hoy legales como el alcohol, y destinar los escasos recursos a la persecución del tráfico de las de verdad socialmente disruptivas. Con las drogas solo se puede convivir; el desafío es hacerlo de modo civilizado.

Publicada en La Segunda.

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